LOS PASTORES DE BELÉN
Voy a comenzar hoy como terminan algunos mensajes de Internet, que, a cambio de continuar la cadena, ofrecen ‘providenciales’ premios muy apetecibles:
Abraham, siendo pastor, escuchó la llamada de Dios, salió de su patria —Ur de Caldea— y fue constituido padre de Israel.
Sus descendientes, los patriarcas, se dedicaron igualmente al pastoreo, y recibieron también la promesa mesiánica.
El evangelio de hoy se sitúa en Belén, patria de David, pastor en su infancia y elegido por Dios para rey del pueblo de la promesa.
Hasta en las apariciones y leyendas marianas, con frecuencia son pastores los destinatarios inmediatos de la visita celestial.
Los pastores de la Biblia, pasan por ser gente sencilla, pronta a escuchar la voz de Dios y apta por ello para establecer el nuevo reino de Dios entre los hombres.
Por este camino creo que se debe enfocar el evangelio de hoy:
Los pastores fueron corriendo a Belén
y encontraron a María y a José,
y al niño acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
En su bucólica simplicidad, la escena evangélica es propicia para representaciones simpáticas y populares. Pero lo que realmente interesa a los evangelistas es la doctrina catequética de la fe.
Coros de ángeles, pastores o reyes: no son crónicas periodísticas, ni intentan ser datos históricos (en el sentido actual de la historia). Se presentan como una especie de parábolas plásticas, en el fondo más verídicas que si fueran crónicas. Éstas relatan sólo hechos externos, superficiales; la parábola, en cambio, intenta penetrar, a través de los hechos, en la entraña misma del misterio. Y lo razonable, por tanto, es creer en el misterio.
El mensaje de fe de Lucas, único evangelista que recoge la escena de los pastores, es claro:
ese Niño del pesebre,
sumido en pobreza y humildad,
es el Mesías, es Cristo,
es realmente Dios que se ha hecho niño,
y merece adoración.
Una tradición antigua identifica a los pastores de Belén con los pobres y humildes de la tierra, alejados de los pueblos, ajenos a reglamentos legales y rituales del templo de Jerusalén, pero dóciles y prontos a escuchar la llamada de la fe.
El relato Lucas, en efecto, tan bello y atractivo, nos describe —paso a paso— el itinerario del hombre hacia la fe. Siguiendo un esquema habitual para los anuncios divinos (a Zacarías, a María…), la narración de Lucas refleja estos rasgos:
a) La fe es un don gratuito de Dios. Y es Dios el que a través del anuncio angélico orienta a los pastores hacia el portal:
Hoy os ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor.
Esto os servirá de señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
b) La fe es también un acto de aceptación humana voluntaria. Los pastores aceptan el anuncio del ángel, la señal que se les da y se ponen luego en camino:
Los pastores fueron corriendo a Belén
Lo verdaderamente extraño es que los convenza la señal que les indica el ángel: Dios en un pesebre. Recuerda la definición de fe del antiguo catecismo: “fe es creer lo que no vimos”, creer aunque no se comprenda, fundados sólo en la autoridad del que revela.
c) Dios no defrauda a quien pide humildemente la fe: Los pastores
encontraron a María y a José,
y al niño acostado en el pesebre
y le aceptaron como signo de Dios.
d) Agradecidos, los pastores hacen suyo el mensaje, glorifican a Dios, y hasta se convierten en los apóstoles:
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios
por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
En medio de la alegría bulliciosa de ángeles y pastores, Lucas ha recogido, en un breve inciso de contraste, la actitud contemplativa de María, la eterna silenciosa:
María conservaba todas estas cosas,
meditándolas en su corazón.
Ella, la “causa de nuestra alegría”, la que origina el júbilo entusiasta de los pastores, ella sabe que ante el misterio de Dios, la mejor actitud es el silencio recogido de la fe. Así describe la Encarnación de Jesús el libro de la Sabiduría (18,14):“Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa vino desde el trono real de los cielos”
La llena de gracia, la madre del Niño—Palabra hecha carne—contempla y medita todas estas cosas en su corazón. María es el prototipo perfecto de la fe, que acata y medita en el misterio.
Una vez más aparece en este texto evangélico la eterna paradoja del cristianismo:
Dios infinito recostado en un pesebre. Un niño, envuelto en pañales, indefenso, necesitado de atención y cariño como cualquier niño, que a su vez es también Dios. Pablo lo confiesa en el himno de Fil.2,6ss: ‘Siendo Dios, Cristo toma la condición de esclavo y hasta muere ajusticiado’. En el fondo Belén y el Calvario apuntan en la misma dirección. Ver a Dios en un pesebre o en la cruz no es cuestión de vista sino de fe. Los pastores aceptan este signo de Dios en el pesebre, creen y se convierten en los primeros cristianos y apóstoles de Jesús.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores.