¿QUÉ ES ESO DE LOS MAGOS?
Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
Viejo y caduco, Herodes el Grande, el infanticida, declinaba cargado de años y de manías persecutorias. Desde joven había poseído una clara intuición para conocer el lado práctico de la realidad. Todas las ideologías se supeditaban en él al ansia de poder. Como buen político, oscilaba según el viento de sus conveniencias. Ante Roma, dueña soberna de Palestina, sabe arrimarse al poderoso de turno, manteniendo así, aunque fuera por delegación, la amistad y el gobierno. Venteaba la situación y se hacía servil, calculador o asesino, según las circunstancias, siempre en beneficio propio. En sus últimos años, ante la proximidad de su cadáver, se multiplican los buitres en busca de poder, a los que Herodes ahoga en sangre. Entonces—cuenta Mateo—:
Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?
Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo...
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En su versión literal, el relato de Mateo rezuma inocencia e ingenuidad, propias de cuentos infantiles (‘Érase una vez…’): “Unos magos de Oriente”: así, indeterminados, sin detalle alguno.
Ante esta vaguedad, la imaginación popular y la exégesis bíblica han buscado datos más precisos: ¿Quiénes y cuántos eran los magos? ¿Eran reyes? ¿Astrólogos tal vez? ¿Cómo sabían interpretar las estrellas? ¿Cómo se adivina que “la estrella” que ellos vieron corresponde al nacimiento del Rey de los judíos? ¿De dónde procedían realmente? Todo queda sometido a la imaginación personal.
Lo que al parecer ignoran los magos es la catadura de Herodes y la escasa clarividencia mesiánica de “sumos sacerdotes y escribas del país”. Sólo así se explica el candor con que se presentan en Jerusalén, preguntando por el “Rey de los judíos”.
¿Y qué decir de la estrella? (Se la ha identificado con el cometa Halley, con alguna estrella “nova”, o una conjunción planetaria). ¿No parece un tanto caprichosa? Si hubiera llevado a los magos directamente a Belén, hubiera evitado que “se armara el belén” con los magos. Pero no: los lleva primero a Jerusalén.
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Ya tiene Mateo todos los elementos para su relato: un rey no judío (Herodes era idumeo) gobernando en tierra judía y con manía persecutoria; unos magos ingenuos que vienen preguntando por el Rey de los judíos; un sumo sacerdote con sus letrados que certifican que el Rey de los judíos tiene que nacer en Belén; y una estrella que tan pronto aparece como desaparece. Y así sucedió lo lógico:
Herodes (la autoridad civil) se sobresalta;
la autoridad religiosa “esgrime” profecías;
la estrella desaparece de la escena…
En el viejo y caduco Herodes renace el político fingido y sin escrúpulos:
llama en secreto a los magos;
indaga el tiempo en que había aparecido la estrella;
Y hasta se permite aconsejar hipócritamente a los magos:
averiguad cuidadosamente qué hay del niño;
cuando lo encontréis, avisadme,
para ir yo también a adorarlo.
Cuando los magos se ven libres de autoridades (civiles y religiosas), las cosas se normalizan:
de pronto la estrella reaparece
y los guía hasta encima de donde estaba el niño.
Entraron en la casa (no gruta),
vieron al niño con María, su madre,
y lo adoraron;
después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos…
Conocemos el final feliz del relato: Los magos, para evitar las complicaciones de Jerusalén (que hasta en sueños les persiguen como una pesadilla), y sin necesidad de estrella,
se marcharon a su tierra por otro camino.
(Ya sabemos que Herodes, burlado, se venga en los inocentes, como suelen hacer los políticos cobardes).
La historia de los magos, así contada, se presta para crear hermosos sueños de leyenda. De hecho, el tiempo, la imaginación y la fe los han creado. Ilusiones infantiles, regalos, felicitaciones, reuniones familiares, deseos de lo mejor para todos, etc. etc. Solo por esto sería admirable y encantador el relato de Mateo.
Y sin mencionar las conclusiones humanas, éticas y espirituales (aportadas desde los Santos Padres a “El Mundo de Vainica”), siempre elogiables y provechosas.
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Pero no debemos consentir que la epidermis, lo superficial del relato, oculte lo esencial, el verdadero significado. A la lectura literal de la narración, la exégesis moderna superpone otra lectura más profunda. Considera el texto como una invención doctrinal de Mateo, único evangelista que refiere la escena. Se trata, por tanto, de una metáfora o parábola plástica con un sentido catequético de alto valor teológico: la universalidad de la salvación.
Mateo es judío; escribe inmediatamente para comunidades judías, más o menos versadas en textos bíblicos. E intenta probar que Jesús es el Mesías anunciado por profetas. Pero frente a la creencia judía de que El Mesías vendría sólo como liberador de Israel, Mateo muestra que Jesús, desde su mismo nacimiento, ofrece también la salvación a los pueblos paganos.
En este sentido, todos los elementos del relato cobran sentido pleno y coherente: la luz de la fe (simbolizada en la estrella) guía a los gentiles (magos) a la salvación (Jesús).
Pero Mateo no olvida que el pueblo judío es el elegido y privilegiado con la promesa mesiánica. Por eso la estrella (fe) no guía directamente a los paganos (magos) hasta Jesús (la salvación), sino a través de Jerusalén (Herodes con sacerdotes y escribas). No ‘se equivoca’ la estrella sino que cumple la misión que le atribuye Mateo.
Ésta es la explicación que ofrece de forma impecable la liturgia de este día de la EPIFANÍA (o manifestación del Señor a los gentiles):
Isaías (1ª Lectura) profetiza que vendrán de todos los pueblos a ofrecer dones al Señor.
Pablo, a su vez (Lectura 2ª), declara: … se me ha dado a conocer por revelación el misterio: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo (Ef. 3, 5-6).
Excelente colofón que remata las fiestas navideñas, cuyo sentido religioso se condensa en tres días, tres evangelistas, tres textos y tres frases:
Cristo, la Palabra, era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Navidad: Jn,1,9) ;
no solo viene para judíos o sencillos, como los pastores (Año Nuevo: Lc. 2,8s);
sino también para aristócratas o gentiles, como los magos (Reyes: Mt. 2,1s).
Navidad es la fiesta del EMMANUEL, del Dios con nosotros, que se hace hombre para salvarnos a todos.
Gracias, Jesús.