“COMO DECÍAMOS AYER…”
Seguramente todos recuerdan la conocida frase de Fray Luis de León, al reanudar sus clases, después de largo tiempo, en la Universidad de Salamanca: “Como decíamos ayer…”. De “ayer” a “hoy” habían pasado cinco años de cárcel, entre otros motivos, por haber traducido del hebreo a la lengua vulgar el “Cantar de los cantares” (prohibido en aquellas fechas por el Concilio de Trento).
En el campo de la liturgia, este comienzo sería hoy verosímil. Casi ayer celebrábamos el nacimiento de Jesús; hoy celebramos su bautismo. De ese “ayer” a este “hoy” han pasado, en la vida de Jesús, más de 30 años. El día de Navidad hacía de presentador el evangelista Juan; en el Bautismo –hoy-, el evangelista es Marcos. En tiempo de Navidad dieron testimonio de Jesús los pastores y los magos; hoy es el Padre Celestial el que atestigua la divinidad de Jesús: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.
¿Qué sucedió entre “ayer” y “hoy”, entre el nacimiento de Jesús y su Bautismo? Los evangelistas son muy sobrios en datos.
Marcos inicia su evangelio con la predicación del Bautista y el bautismo de Jesús.
Juan, que ofrece como prólogo de su obra un himno de la comunidad, omite el bautismo de Jesús y pasa directamente del testimonio del Bautista a la elección de los apóstoles.
Mateo, después de narrar el episodio de los magos y la forzada huída a Egipto, sitúa a Jesús en Nazaret hasta el instante mismo de su bautismo en el Jordán.
Sólo Lucas, el evangelista de la infancia, nos deja caer algunas frases, que permiten vislumbrar el misterio de Jesús.
Al regresar la Sagrada Familia a Nazaret, después de la Presentación de Jesús en el Templo, Lucas apostilla:
“El niño crecía y se fortalecía,
llenándose de sabiduría;
y el favor de Dios lo acompañaba” (Lc. 2,40).
Sin duda su aprendizaje fue rápido y admirable. Lo prueba cuando, a los doce años, se pierde en el Templo de Jerusalén entre barbudos letrados y doctores:
Y todos los que lo oían estaban atónitos
ante su inteligencia y sus respuestas (Lc. 2,47).
¿Qué reflexiones haría y meditaría durante aquellos tres días de la Pascua en Jerusalén? Sin duda los doce años parecen una edad muy precoz para pensar en funciones mesiánicas. Sin embargo Lucas permite que el propio Jesús descorra un poco el velo de su persona:
Al verlo, su madre le dijo: —Tu padre (José) y yo te buscábamos angustiados.
Él replicó: — ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre (Celestial)?
Ellos no entendieron lo que les dijo. (Lc.2,48-50)
Y nosotros no mucho más. La contraposición entre “tu padre” en labios de María y “mi Padre” en boca de Jesús alude al misterio: Jesús afirma su singular filiación divina que transciende al amor filial a María y a José.
Y de nuevo la rutina de los días y los años:
Regresó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Jesús progresaba en sabiduría, en edad y en la complacencia de Dios y de los hombres. (Ib.51-52)
El niño, que en Navidad veíamos nacer en el portal de Belén, crece en Nazaret, sometido a la autoridad de sus padres como crecen los otros niños; se hace mayor como los demás hombres: trabaja, ora, goza o sufre en compañía de María y de José, como un vecino más de Nazaret. “Probado en todo como nosotros, excepto el pecado” y bajo la mirada amorosa del Padre Celestial.