JESÚS Y JUAN BAUTISTA
Los evangelios sinópticos sugieren la idea de que Jesús inició la predicación poco después de su bautismo. De hecho entre éste y su apostolado en Galilea sólo median los días de oración en el monte de la Cuarentena, con la triple tentación que relatan Lucas y Mateo.
El evangelista Juan, en cambio, expresa claramente que Jesús y el Bautista se vieron durante varios días consecutivos. Esto parece más verosímil, y hasta humanamente más correcto.
En el evangelio de hoy Marcos señala así, aunque de forma muy genérica, el comienzo del apostolado de Jesús:
Después que Juan fue entregado,
Jesús se fue a Galilea
¿Cuánto tiempo tardó Herodes Antipas en encarcelar a Juan? ¿Hasta dónde llegaban las relaciones personales y religiosas entre Jesús y Juan? ¿Existía entre ellos una amistad indeleble y honda, que aconsejara pasar juntos algún tiempo de convivencia y reflexión? Los evangelios (incluidos los apócrifos) callan sobre el particular (no era elemento necesario para la catequesis de las primeras comunidades), pero pienso que no se pueda dudar: los dos eran parientes (primos segundos); María había asistido a su prima Isabel, ya de edad avanzada, en el nacimiento de Juan; los dos, Jesús y Juan, aunque de manera distinta, eran hijos del milagro, y ambos estaban interesados en la inminencia del Reino Mesiánico.
Hasta es posible que Jesús madurara su vocación religiosa al lado de Juan. Zacarías, el padre de Juan, era sacerdote del Templo, vivía en Ain-Karim, a unos 6 km de Jerusalén. Juan pasó, pues, sus primeros años en un ambiente de religiosidad ritual, característica del Templo. Como el puesto de su padre era hereditario, cabía esperar que Juan heredara igualmente la vocación de sacerdote.
Pero este ritualismo oficial pudo muy bien orientar la vida de Juan en sentido contrario, favoreciendo una vocación profético-religiosa, en desacuerdo con el ritualismo sacerdotal (y, por tanto, con la profesión de su padre).
Creen algunos que Juan se formó entre los esenios de Qumrán, grupo religioso disconforme con la religiosidad oficial de Jerusalén, retirado al Desierto de Judea en las costas occidentales del Mar Muerto.
La predicación del Bautista apunta al rigor característico de los esenios, y su aparición por el Desierto de Judá hace muy verosímil esta opinión. Muertos los padres de Juan, “de edad avanzada” cuando él nació (Lc.1,7), pudo muy bien iniciar su predicación penitencial en el desierto, y administrar el bautismo de conversión.
La predicación de Juan, como la de los antiguos profetas, era dura y directa—no en vano venía del desierto—, pero eficaz: “Acudían a él de Jerusalén, de toda Judea y de la comarca del Jordán… confesando sus pecados. Acudían también muchos fariseos y saduceos a los que no dudaba en calificar de Raza de víboras” (Mt. 3,5-7). Hasta se atrevió a fustigar la conducta de Herodes que cohabitaba con su cuñada Herodías. Marcos dice que “Herodes respetaba a Juan. Sabiendo que era hombre honrado y santo, lo protegía; hacía muchas cosas aconsejado por él y lo escuchaba con agrado”. Pero Herodías le tenía rencor y quería darle muerte” (Mc.6,19-20). Y, ¡claro!, Herodes —‘perdida su cabeza’ en la alegría de un banquete— acabó brindándole en bandeja a Herodías la cabeza de Juan.
El historiador judío Flavio Josefo motiva la muerte de Juan en razones políticas: “Como todos estos judíos se reunían sumamente exaltados a escuchar la palabra de Juan, Herodes temió que aquella fuerza de persuasión los incitase a una revuelta… Por eso creyó conveniente suprimirlo antes de que surgiese algún conflicto por parte de Juan…”
Jesús entonces, por prudencia o por temor (“aún no había llegado la hora”), decidió marchar a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.