¿Quién PUEDE PERDONAR PECADOS?
Durante algunas semanas Jesús ha hecho sus escarceos apostólicos, recorriendo las tierras de Galilea. La aceptación de las gentes parece muy favorable. Regresa a Cafarnaum, “su ciudad”, y se aloja en la casa de Pedro (Mc.1,29).
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaum,
se supo que estaba en casa.
[En tiempo de Jesús, la casa típica de Palestina consta, en la mayoría de los casos, de un solo piso y una sola habitación. La cubierta es igualmente muy sencilla: Entre dos paredes se superponen vigas de madera; éstas se cubren en sentido transversal con ramaje y barro, que se apisona y endurece al sol. Se forma así una terraza aprovechable para diversos servicios (secadero, almacén, etc.). Una escalera exterior facilita el acceso directo, sin entrar por la casa.]
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta.
Él les proponía la palabra.
Probablemente en el público se mezclaban actitudes muy variadas: la expectación, el milagro, lo sorprendente, la esperanza de ver alguna curación sensacional. Pero también la fe, la convicción de que Jesús tiene poderes divinos. Por algo las gentes intentan acercarse a Jesús por cualquier medio. Prueba de ello es también la pintoresca narración que hoy nos ofrece Marcos:
Llegaron cuatro llevando un paralítico
y, como no podían meterlo, por el gentío,
levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús,
abrieron un boquete
y descolgaron la camilla con el paralítico.
Portadores y paralítico tienen sin duda una confianza absoluta en Jesús y en su poder curador. Sólo esta fe explica su extraño proceder. Y Jesús así lo reconoce. Cabría, pues, esperar que Jesús, al ver su fe, pronunciara las palabras rituales: “Tu fe te ha curado”. Pero no:
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
- «Hijo, tus pecados quedan perdonados.»
Vienen buscando curación, y se les habla de pecados. Sorpresa para ellos, y hasta para nosotros. Pero Marcos no es cronista, sino el presentador de un guión catequético. Parece aceptar la creencia judía de que la enfermedad es consecuencia del pecado, creencia habitual en el A.T. (Lev.26,14ss; Dt.28,15ss.; etc.). En el fondo Marcos, como buen presentador, está creando el clima favorable al tema fundamental de este evangelio: el debate sobre la mesianidad de Jesús.
Marcos pretende mostrar que Jesús no es un simple curandero de cuerpos, humanitario y altruista; sino el Mesías vaticinado por los profetas, liberador del hombre en su totalidad: cura los cuerpos de su parálisis, pero sana también las almas de su pecado. Presenta a Jesús, como el enviado de Dios, que perdona al hombre como Dios lo perdona, porque lo ama como lo ama Dios. Es el hombre entero el que queda curado y salvado. De este modo la curación del paralítico es como un mirador por el que se asoma el designio amoroso de Dios, que quiere salvar a todo el hombre y a todos los hombres.
De pronto cambia la escena. La fe sencilla del pueblo cede el paso a los escribas, los letrados. Están allí, pero no mezclados con la multitud. Ellos “están sentados”: son emisarios de Jerusalén, “del Templo”, de la autoridad, y vienen a inspeccionar lo que ocurre. Es la inquisición religiosa, que en nombre de Dios no perdona, aunque Dios mismo acaba de perdonar. Juzgan al hombre ‘publicano’ a través de su justicia ‘farisaica’ y ritual. Y no siempre la fe en Dios es criterio último de religiosidad. Los escribas creen en Dios, saben mucho del Dios bíblico. Pero una fe intolerante y rígida puede llevar a la inquisición y terrorismo religiosos, opuestos a la cristiana libertad de los hijos de Dios.
Se inicia, pues, el debate sobre la cuestión fundamental: ¿Jesús es Dios?
Unos escribas, que estaban allí sentados,
pensaban para sus adentros:
- «¿Por qué habla éste así? Blasfema.
¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»
Hay que reconocer que los escribas están, hasta cierto punto, en lo cierto: Nadie más que Dios puede perdonar pecados. El propio Marcos, en casos normales, estaría de acuerdo con ellos. Pero Jesús es de todo punto excepcional. Jesús es el Mesías, es Dios. Hasta conoce el pensamiento de sus adversarios:
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
¿Por qué pensáis eso?
En la narración, los escribas no aportan pruebas; sólo piensan, censuran y concluyen acusando a Jesús de blasfemo. Jesús, en cambio, se dispone a dar una prueba convincente, tan evidente y sencilla como un silogismo: Si sólo Dios puede perdonar pecados, y Cristo los perdona, es señal de que Cristo es Dios.
Pero Jesús sabe que no basta decirlo. El perdón de los pecados no es un hecho de experiencia visible. Cualquiera puede decir "tus pecados te son perdonados"; ¿quién garantiza que tales palabras no están vacías, carentes de contenido? Jesús, que enseña con autoridad, prueba que es también la verdad:
¿Qué es más fácil:
decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados"
o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra
para perdonar pecados ...
Entonces le dijo al paralítico:
Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.
Se levantó inmediatamente,
cogió la camilla
y salió a la vista de todos.
El valor apologético de la acción de Jesús es incuestionable, por evidente. La curación del cuerpo no es sólo símbolo de la curación del alma. La curación del cuerpo es real, y es real igualmente el perdón. El que puede curar realmente al paralítico, tiene también poder de perdonar los pecados. Y como este perdón es exclusivo de Dios, hay que concluir que Jesús es Dios.
Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
- «Nunca hemos visto una cosa igual.»
Se nos presenta una vez más el misterio de la fe: La gente sencilla cree y, a modo de coro, glorifica a Dios. Los letrados en cambio, aunque depositarios de la enseñanza religiosa, permanecen en su incredulidad (Mt.11,25).
Ya desde el comienzo del evangelio se vislumbra el drama final de la Pasión: Y los mismos escribas religiosos, que hoy acusan a Jesús de blasfemo, acabarán pidiendo su muerte el viernes santo y por el mismo motivo (Mc 14, 64).