REFLEXIONES CON UNAMUNO
Para el miércoles de ceniza o cualquier otro día
1
Sed de Dios tiene mi alma, de Dios vivo;
conviértemela, Cristo, en limpio aljibe
que la graciosa lluvia en sí recibe
de la fe. Me contento si pasivo
una gotica de sus aguas libo
aunque en el mar de hundirme se me prive,
pues ‘quien mi rostro ve -dices- no vive’
y en esa gota mi salud estribo.
Hiéreme frente y pecho el sol desnudo
del terrible saber que sed no muda;
no bebo agua de vida, pero sudo
y me amarga el sudor, el de la duda;
sácame, Cristo, este espíritu mudo,
creo, tú a mi incredulidad ayuda.
2
¿De dónde, adónde, para qué y cómo?
Este es todo el afán de la tragedia,
donde se encierra toda enciclopedia
y en piel humana encuadernado el tomo.
De ver punto final ni leve asomo;
la brega del buscar cría acedia,
triste dolencia que nada remedia;
sólo la niñez tierna guarda aplomo.
Y brota desde tierra la pregunta;
acaba la respuesta con un ‘pero ...’
cuando la cuna al sepulcro se junta;
gira el talón por el mismo sendero,
vuelve lo arado a arar la misma yunta
y vuelve lo último a ser lo primero.
3
Un ángel, mensajero de la vida,
escoltó mi carrera torturada,
y desde el seno mismo de mi nada
me hiló el hilillo de una fe escondida.
Volvióse a su morada recogida,
y aquí, al dejarme en mi niñez pasada,
para adormirme canta la tonada
que de mi cuna viene suspendida.
Me lleva, sueño, al soñador divino;
me lleva, voz, al siempre eterno coro;
me lleva, muerte, al último destino;
me lleva, ochavo, al celestial tesoro,
y ángel de luz de amor en mi camino
de mi deuda natal lleva el aforo.
4
(Oración a Ella)
Álzame al Padre en tus brazos, Madre de Gracia,
y ponme en los de Él para que en ellos duerma
el alma que de no dormir está ya enferma,
su fe, con los insomnios de la duda, lacia.
5
(Epitafio)
Méteme, Padre Eterno, en tu pecho,
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar.
Miguel de Unamuno