EN EL DESIERTO Y ENTRE ALIMAÑAS
Jesús acaba de ser bautizado. Sobre Él ha descendido el Espíritu, iniciando su vida pública de predicador mesiánico. El Espíritu marcará desde ahora el itinerario de Jesús.
Y la meta primera de este itinerario es el desierto. Nada apetecible a primera vista. Pero es el comienzo de un hermoso paralelismo bíblico, que separa y relaciona los dos Testamentos. Como Israel, cruzando el Mar Rojo, se dirige al desierto en busca de libertad, Jesús sale del Jordán e inicia la liberación del nuevo Israel, dirigiéndose igualmente al desierto:
El Espíritu empujó a Jesús al desierto.
El desierto es silencio, es soledad de hombre, pero es presencia de Dios. Tierra pedregosa, ascética y penitencial. Tierra de oración, de preparación espiritual. Y hacia el desierto conduce el Espíritu a Jesús. (Como antes había llevado a Israel, como llevará después a los Padres del Desierto, monjes eremitas, que huyen del mundo, buscando a Dios para la eternidad).
El 3-9-2009, 4º día de peregrinación por Tierra Santa, teníamos como programa: Tiberías-Tabor-Jericó-Jerusalén. En el trayecto, ya en las cercanías de Jericó, avistamos las cuevas de Qumrány cruzamos en parte el desierto de Judá. Eriales resecos y pardos; ondulaciones y pequeñas montañas abrasadoras bajo el sol de mediodía; algún asentamiento de beduinos de tarde en tarde, o algún pastor arreando cabras. Cuesta imaginar qué punto de mira tuvieron los profetas y salmistas para inspirarar sus bellas páginas literarias: tierra que mana leche y miel, montes rebajados, valles rellenados. Tal vez el regreso del exilio de Israel o la visión de la Era Mesiánica pudieron transformar ‘proféticamente’ el panorama.
Sintonizando con esta perspectiva de optimismo bíblico, el texto de Marcos, a pesar de su brevedad, convierte el desierto casi en tierra mágica. No es una descripción topográfica. La soledad ‘desértica’ se llena de fieras y ángeles, de Jesús que ora y, en el trasfondo, de Dios rodeado de ángeles. Todos en armonía paradisíaca, como al principio, cuando Dios bajaba a pasear al atardecer en compañía de Adán: recuerdo literario de la inocencia primitiva y preludio del reino mesiánico. Sólo Satanás, como al principio, intenta perturbar la obra de Dios:
Se quedó en el desierto cuarenta días,
dejándose tentar por Satanás;
vivía entre alimañas,
y los ángeles le servían.
La evocación bíblica de tiempos pasados parece evidente. El Éxodo sigue siendo una realidad en camino: el pueblo hebreo anduvo por el desierto cuarenta años; Jesús pasa en él cuarenta simbólicos días. Yahvé guiaba al pueblo en forma de nube (Dt. 8,1-4; etc); el Espíritu aparece sobre Jesús en forma de paloma. Israel fue tentado de idolatría; también Jesús se deja tentar por Satanás.
Marcos no da número de tentaciones. (Los liturgistas no quieren ceder la iniciativaa Satanás, y acuden a una perífrasis: es Jesús el que se deja tentar). Pero el texto sólo dice "tentado por Satanás”. Se trata del comienzo de una lucha que se perpetúa a través de todo su evangelio y hasta de la vida toda de la Iglesia. Vocación y prueba coinciden. El reino de Dios padece violencia. Y el inicio del reino de Dios exige el paso a través del desierto.
Vivía entre alimañas y los ángeles le servían: Nueva evocación de un pasado bíblico feliz, como Adán en el paraíso, según el Génesis (2, 9). Isaías, a su vez, anuncia esa paz paradisíaca como un signo de los tiempos mesiánicos (Is.11,6-9): “El niño de pecho jugará sobre el agujero de la cobra… porque el conocimiento del Señor llenará la tierra”. Han llegado los tiempos mesiánicos. Jesús restablece la vida del Edén. Se ha restaurado la comunión original del hombre con Dios y con todos los seres creados: no es necesario convertir las piedras en pan; Dios mismo da el pan de cada día simbolizado en el servicio de los ángeles.
Esta Era Mesiánica no es juna quimera. Es un tiempo real y está cerca, está ya presente. Este es el tema primero de la predicación de Jesús:
Se ha cumplido el plazo,
está cerca el reino de Dios:
Para entrar en él sólo hace falta una condición (se nos decía el Miércoles de Ceniza y es programa para la Cuaresma):
convertíos y creed en el Evangelio.
Quizás uno de los consejos más comprometedores de todo el Evangelio. Fe y obras, cambiar de mentalidad y de conducta, que siempre es posible y necesario. De ese cambio depende que el reino mesiánico —la Buena Noticia— llegue a nosotros.