MERCADERES EN EL TEMPLO
Los evangelios relacionan la muerte de Jesús con el Templo, más concretamente con la EXPULSIÓN DE LOS MERCADERES DEL TEMPLO, texto del domingo 3º de Cuaresma
Este hecho se consideró siempre tan importante que lo relatan los cuatro evangelistas. Los Sinópticos lo colocan al final sus evangelios, como preludio de la Pasión. Marcos y Lucas constatan expresamente: “desde entonces (jefes de sacerdotes y escribas) buscaban ocasión para matarlo”.
Juan lo sugiere igualmente al decir: “voy a destruir este templo, aunque se refería a su cuerpo”. También Juan fecha el suceso de los mercaderes del templo “cerca de la Pascua”, aunque lo sitúa casi al comienzo de su evangelio, como índice o resumen del mensaje de Jesús. De este modo toda la vida de Jesús queda en la perspectiva de “su hora” definitiva, y con las mismas referencias al misterio pascual.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas,
y a los cambistas sentados;
y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo…;
y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas;
y a los que vendían palomas les dijo:
“Quitad esto de aquí;
no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
No deja de causar cierta extrañeza este proceder violento de Jesús, el “manso y humilde de corazón”. El Templo era la institución cultual que relacionaba al pueblo judío con Dios mediante el sacrificio ritual de animales. La vida de Israel giraba en torno al Templo y al compás de las fiestas religiosas. Una Ley teocéntrica y minuciosa precisaba la estructura del templo y el ritual del sacrificio. La misma moneda para la compraventa de animales debía ser “pura”, acuñada por el Templo.
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Se comprende esto mejor si se recuerda la estructura del templo: el núcleo central era el “sancta sanctorum”; en torno al “santísimo” estaba el atrio de los sacerdotes; luego el de los israelitas (judíos mayores de 12 años, sin defecto físico ni impureza: el defectuoso no tiene la bendición de Dios; si la tuviera no sería defectuoso; y si no tiene la bendición de Dios, no es digno de presentar la ofrenda); luego está el atrio de las mujeres (judías); y por último, en torno al templo, el atrio de los gentiles, todos. En éste último atrio se vendían animales para el sacrificio, y se cambiaba dinero de otras tierras por dinero ‘puro’.
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En principio este mercadeo no parecía tan incorrecto. Lo exigía hasta cierto punto la misma estructura legal. (Recuérdese el “mercadeo” de objetos religiosos en torno a nuestros grandes santuarios). El fallo estaba en el fariseísmo, en vaciar el culto del verdadero sentido humano y religioso.
Juan presenta a Jesús enfrentado a este sistema cultual judío. El relato, hábilmente elaborado, está salpicado y reforzado con referencias o alusiones bíblicas. “Mi casa será casa de oración para todos los pueblos” (Is. 56,1-7). Lo que Dios quiere es que se atienda al prójimo necesitado, sea judío o extranjero, hombre o mujer, sano o enfermo. Vosotros, en cambio ‘Robáis, matáis, oprimís…y venís a la casa de Yahvé diciendo: ¡Estamos seguros, somos el pueblo elegido: de este modo convertís de hecho la casa de Yahvé en cueva de bandidos’ (Jer. 7,1-11).
Ante estos abusos, el profeta Zacarías vaticina que en los tiempos mesiánicos ya no habrá cosas sagradas y profanas, porque Dios lo llenará todo, y entonces todo será sagrado. El mundo entero será sagrado. Una persona no será santa porque venga a rezar al templo, sino que su santidad se hará presente en la vida ordinaria (Zac.14,21).
Jesús muestra con su actitud que el tiempo mesiánico ha llegado. Él es el Mesías, autorizado para impedir—en nombre de Dios, su Padre—un culto vacío de contenido; “no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.