EL SIERVO DE YAHVÉ
A mediados del siglo VI a. C., vaticinaba en Israel un gran profeta, aunque anónimo. La tradición bíblica le ha dado el nombre de “Isaías II” (o Deutero-Isaías), porque sus escritos se sumaron al libro del profeta Isaías, formando los capítulos 40-55.
En esa ápoca (587-538) el pueblo de Israel gime en el destierro de Babilonia. ‘Isaías II’ lo acompaña con sus cantos de esperanza. Ya desde el primer versículo, marca el tono y contenido de sus oráculos: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor”: por esto algunos exégetas han titulado su obra como "el libro de la consolación".
Es el gran poema del retorno del exilio. Sobre el trasfondo, ya histórico, del primer éxodo (desde Egipto a la Tierra Prometida), ‘Isaías II’ canta el segundo éxodo, ya inminente y más glorioso (desde Babilonia). Pero los símbolos que emplea, las referencias reiteradas a un personaje concreto, trascienden la realidad de los hechos históricos o inmediatos, y apuntan proféticamente hacia un tercer éxodo, el principal y definitivo, el de la esperanza y liberación mesiánicas.
Cuatro cantos descuellan en esta misión del consuelo esperanzado. Por su unidad temática, personalizada en torno a la figura calificada como “siervo”, se los titula también “Cantos del Siervo de Yahvé”.
Los cuatro cánticos se leen, como primera lectura, en las misas de Semana Santa, desde el domingo al viernes (excepto el jueves santo, dedicado a la eucaristía).
Literaria y teológicamente estos cantos, poéticos y proféticos, señalan una de las cumbres más destacadas del A. T.
Ser siervo no implica (en estos poemas) esclavitud o servidumbre despótica; ser “siervo de Yahvé” es ser su amigo y colaborador; es entrar a formar parte de los elegidos por Dios como instrumentos de una gran misión salvadora.
Sin duda que el siervo acata, obedece y sigue fielmente indicaciones ajenas; pero el “siervo de Yahvé” se mueve, más que en la esfera del servicio, en la del amor al Señor. Las mismas expresiones “mi señor”, “mi siervo”, repetidas en estos cánticos y precedidas del posesivo como epíteto, rebosan amor y entrega mutuos entre Señor y Siervo.
Numerosos personajes bíblicos reciben este título: Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, Josué, David... Todos coinciden en tener una especial relación con Dios, y en desempeñar una particular misión de servicio relevante en el pueblo elegido.
Pero el modelo de “Siervo” descrito en estos cuatro canticos encaja preferentemente en la persona de Jesucristo. Por su relación con el Padre y por su misión salvadora. Ya los evangelios, a veces con palabras del mismo Jesús, acuden a estos cantos proféticos sobre el “Siervo de Yahvé”. Y la Teología les ha dado siempre una gran importancia, ya que, a través del Siervo, se ilumina con visión profética el misterio de dolor de la Pasión y Muerte de Jesús.
Nunca, hasta entonces, se había hablado tan clara y bellamente del valor redentor del sufrimiento. Se anticipaba ya la parábola del grano de trigo que, sólo muriendo, puede dar fruto.
Sirva la lectura de estos textos del libro de Isaías, en los próximos días de semana santa, como reflexión y agradecimiento a la muerte redentora por la que Jesús, el verdadero Siervo de Yahvé, nos alcanza la salvación.