EL BUEN PASTOR
En un pueblo como el hebreo, nómada y trashumante durante siglos,
la figura del pastor adquiere caracteres de símbolo.
Pastor fue Abraham, peregrino al encuentro de Dios. Pastores fueron sus
descendientes Isaac y Jacob con sus hijos. Moisés y David estaban
pastoreando el rebaño, cuando fueron elegidos por el Señor, para liberar
y regir a su pueblo. (Éx.3,1; 1 Sam. 16,11)
Los desvelos del pastor por su ganado se convierten pronto en
metáfora o comparación clásica: el término ‘pastor’ pasa a expresar a
toda persona constituida en dignidad que gobierna a una multitud
dirigiéndola hacia un fin. Son ‘pastores’ los reyes y jefes de los
pueblos. (También Homero y Jenofonte denominan “pastores de pueblos”
a reyes y caudillos).
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En la Biblia, en concreto, Jueces, Reyes, Profetas y sacerdotes
son pastores que dirigen el pueblo escogido en nombre de Yahvé,
el gran Mayoral o Pastor Supremo. Pero la más honda expresión
del concepto y oficio de pastor la ofrece el profeta Ezequiel (34,1-31).
Ante la corrupción de los "pastores" de Israel, Dios mismo
asumirá la función de pastor (“Yo mismo apacentaré mis ovejas” v.15)
o suscitará de la estirpe de David un buen pastor que rija con
justicia a su pueblo (“Les daré un pastor único que las pastoree:
mi siervo David: él las apacentará, él será su pastor” v.23)
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En esta línea se debe entender la alegoría del Buen Pastor
del evangelio de hoy:
- Yo soy el buen Pastor.
Jesús se presenta como el Pastor-Mesías prometido, al mismo
tiempo que nos da la verdadera definición del buen pastor.
Tres son las características que definen al buen pastor:
Primera:
El buen pastor da la vida por las ovejas;
el asalariado… ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye;
y el lobo hace estrago y las dispersa;
y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
El razonamiento de Jesús arranca de un hecho de la vida real de
los pastores: la llegada del lobo. Ahí está la prueba. En una
situación así, hay que elegir: o la propia vida o la de sus
ovejas. Frente al asalariado, que abandona las ovejas y huye,
el buen pastor no teme exponer su propia vida por salvar
la de su rebaño.
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Segunda característica del buen pastor:
Yo soy el buen Pastor,
que conozco a las mías, y las mías me conocen,
igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre;
yo doy mi vida por las ovejas.
No se trata de un conocimiento de solo nombre o superficial;
tampoco de una actitud intelectual; es la expresión honda de una
vida en común y familiar; es un conocimiento de amor, basado en
las relaciones de Jesús con el Padre.
Ya el profeta Ezequiel sugiere este conocimiento y preocupación
amorosa de Dios por su rebaño: “Yo mismo apacentaré mis
ovejas, yo mismo las haré sestear --oráculo del Señor—“(34,15).
Ahora es Jesús el que ahonda en la estrecha comunidad de
conocimiento y amor entre el pastor y sus ovejas, entre Dios
y los hombres. Tan estrecha es esta relación que se compara con
la vida misma de Jesús con el Padre: “igual que el Padre me
conoce, y yo conozco al Padre”. Estamos, pues, asociados
por Cristo en la vida misma de Dios.
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La tercera característica que define al buen pastor es
la universalidad.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil;
también a ésas las tengo que traer,
y escucharán mi voz,
y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
De nuevo subyace el eco profético, anunciando la reunión de
ovejas de todos los países (Jer. 23,3). El mismo término
‘rebaño’ expresa multitud. Nace la nueva comunidad
mesiánica: frente al exclusivismo judío, la universalidad, las
"otras ovejas” que, sin pertenecer al redil del pueblo judío,
están igualmente llamados a formar parte del rebaño de
Dios, pastoreados por Jesús ·Ya no hay griego y judío, circunciso
e incircunciso, bárbaro y escita, esclavo y libre, sino que Cristo lo
es todo para todos (Col 3, 11).
La parábola del Buen Pastor es, en el fondo, una reiteración de
la tesis constante de San Juan: Dios, que es amor, no dudó en
entregar la vida de su hijo para recuperar al hombre descarriado.
La razón de ser de Jesús radica, pues, en el amor de Dios al hombre.
Un amor total y absoluto, hasta el punto de rescatarlas con la
vida de Jesús, que cumple así la voluntad del Padre. Una ofrenda
que es obediencia y es dádiva voluntaria:
Por esto me ama el Padre,
porque yo entrego mi vida para poder recuperarla.
Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente.
Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla:
este mandato he recibido de mi Padre.
Desde este punto de vista sólo Jesús es el buen pastor.
Nadie más puede ocupar su lugar. Los que en la Iglesia se
llaman pastores sólo renuevan el sacrificio de Cristo que dio
si vida por las ovejas. Éstas no son de Pedro ni de sus sucesores;
son siempre las ovejas de Cristo. Y Cristo mantiene con
ellas relaciones personales de conocimiento y de amor, las
mismas que se dan entre él y el Padre.
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A pesar de la profundidad teológica de la parábola de S. Juan,
seguramente nos seduce más la figura del Buen Pastor que lleva
en brazos a la oveja descarriada (Lc. 15,5; Is. 40,11). Es más
grato sentirse en brazos de Jesús y escuchar los latidos de
su corazón.
Así lo canta también el Salmo 23:
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar.
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