ELEGÍA EN LA FIESTA DE LA ASCENSIÓN
Finaliza la gran fiesta de Pascua. Sólo queda, para el domingo próximo, (y dicho sea con el mayor respeto) la traca final de las lenguas de fuego de Pentecostés. Hoy, domingo de la Ascensión, es un día de agridulce, de alegría y de nostalgia, con ecos de triunfo definitivo, pero también de despedida y separación.
Hace tres semanas, Jesús se presentaba, en el texto evangélico, como Buen Pastor, que conoce, busca y se desvive por sus ovejas; mientras que el asalariado, el que no es pastor, las abandona a su suerte. Hoy, día de la Ascensión, Jesús, el Pastor santo y bueno, deja en la tierra su rebaño y sube –litúrgicamente– a la diestra del Padre.
Fray Luis de León, eludiendo la perspectiva cronológica, parece recordárselo a Jesús en un dulce reproche, desde la angustia de la oveja abandonada a su nostalgia de soledad,:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?
Lucas lo narra con la impavidez de un cronista: “Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo.” (Hechos 1,ss.)
Casi tres años de convivencia apostólica con el Señor, compartiendo caminos, alegrías, persecución, suman mucho lastre afectivo para quedar indiferentes. “Yo os he llamado amigos”, les había dicho Jesús. Es más, la unión Jesús-discípulos es honda y estrecha como la de sarmientos con su cepa:“Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos”. ¿Cómo no acusar ahora el desgarro de la separación? Jesús se va al “inmortal seguro”; sus discípulos, en cambio, han de seguir “en este valle hondo, oscuro, con soledad y llanto”.
De nuevo Fray Luis de León pregunta desconsolado:
Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?
Situación de abandono y soledad. “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn.14,9), les había dicho Él días antes. Ahora
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Privados de Él, “¿A dó convertirán ya sus sentidos?” Si “El es el camino”, ¿quién será su guía, desorientados y sin el norte, en el turbulento mar de la vida?
Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
Interviene Lucas con su narración: “Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista”. (Hech. 1,9).
¡Ay!, nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
Sin embargo, la nostalgia de la ausencia de Jesús no puede paliar la alegría del triunfo definitivo, del suyo y del nuestro. Ésta es su promesa, repetida una y otra vez:
—“Señor, ¿a dónde vas?, le preguntó Simón Pedro.
— Adonde yo voy no puedes seguirme por ahora” (Jn. 13,36).
— “Voy a prepararos un puesto.
Cuando vaya y os lo tenga preparado,
volveré para llevaros conmigo,
para que estéis donde yo estoy”. (Jn. 14,2-3)
Mientras miraban atentos al cielo, viéndole irse,
se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:
— Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?
El mismo Jesús que os dejado para subir al cielo,
volverá como le habéis visto marcharse.(Hech.1,11)
Confiadas en esta promesa, rezaban las primeras comunidades cristianas:
Marana tha: Ven, Señor Jesús
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