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General: TRES Y UNO A LA VEZ
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: Sariasm  (Mensaje original) Enviado: 03/06/2012 18:44
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

TRES Y A LA VEZ UNO

 

La primera idea que se me ocurre, al querer escribir sobre la Santísima Trinidad, es cerrar el ordenador e inmediatamente adorar el misterio. “Tres y a la vez Uno”: la matemática de la lógica humana falla. “Tres personas y una naturaleza”: me suena a catecismo, pero sigo casi igual.

En el A. T. (a pesar de ciertos símbolos, de interpretación trinitaria posterior) no se habla de la Trinidad, sino de la Unidad y Unicidad de Dios. En medio de un mundo politeísta, el Dios de Israel es un Dios único. Y cuando Moisés, en el Sinaí, pregunta a Yahvé quién es, recibe una contestación un poco enigmática: “Soy el que soy” (Ex.3,14). Por supuesto no se trata de una evasiva  o adivinanza. Es sólo la expresión de la permanencia benévola de Yahvé en la historia de Israel: “el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. Pero sumido en el misterio.

“Nadie ha visto jamás a Dios”, dice San Juan (1,18). Y San Pablo  se pregunta: ‘¿Quién conoce la intimidad de Dios, si no el Espíritu de Dios?’ (1 Cor.2,11)

 

A pesar de esto, “Dios ha hablado muchas veces y de muchas formas” (Heb.1,1). No sólo por las huellas de la creación, fotos bellas salidas de la mano divina, pero quizá para muchos borrosas y desenfocadas.

Más directamente “habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas; y en esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo”. (ib.).

San Juan, junto a la afirmación de que “Nadie ha visto jamás a Dios”, añade: “el Hijo único, que es Dios, y que está al lado del Padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn.1,18). Cristo es, pues, la Palabra, la manifestación plena, el retrato perfecto de Dios. Cuando el apóstol Felipe pide a Jesús: “Muéstranos al Padre”, Jesús le contesta: “Felipe, quien me ve a mí ve a mi Padre. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. El Padre y Yo somos uno. ” (Jn.14,8.11; 10,30).

 Y San Pablo confiesa que el misterio oculto de Dios, lo que ni vio ojo alguno, ni oído escuchó, ni mente humana concibió, nos lo ha revelado Dios por medio del Espíritu, que lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios (1 Cor.2,9-10).

Padre, Hijo y Espíritu: Nuestra primera conclusión es que Dios se manifiesta en términos de familia y en equipo: es Padre, es Hijo, es Espíritu; aunque es un único Dios. Tres nombres y un mismo apellido (un ADN, diríamos en términos de actualidad). Tres personas distintas y una misma naturaleza, en lenguaje de catecismo.

San Juan da un paso más, se adentra en la intimidad de Dios, humanamente insondable, y escribe la frase más honda, fecunda y bella para un creyente: Dios es Amor. Entre Padre e Hijo existe un flujo de amor infinito, eterno e interpersonal, que constituye una tercera persona: el Espíritu Santo.

 

Pero Dios es también amor en la vida de los hombres. La historia bíblica presenta a Dios actuando, en equipo y por amor, para crear y salvar al hombre. La Teología atribuye al Padre la creación, al Hijo la redención, y al Espíritu Santo la santificación de las almas.

 

El evangelio de hoy nos introduce de lleno en esta atmósfera de amor de Dios, Uno y Trino. La puerta de acceso a este clima de amor divino es el bautismo. Lo expresa Mateo con la sobria sencillez de un cronista, al narrar la misión de los apóstoles:

Id y haced discípulos de todos los pueblos,

 bautizándolos

en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

 

Acostumbrados a presenciar el rito bautismal, corremos el peligro de quedarnos en la superficie. El término ‘bautizar’ (de origen griego: baptidso, frecuentativo de bapto) significa ‘sumergir, hundir’.  Y el nombre, en sentido bíblico, expresa—no solo una denominación—sino la realidad misma nombrada.

Al ser “bautizados en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” quedamos sumergidos en la vida misma trinitaria. (Se sugiere la semejanza con la vida del bebé nadando—aquí físicamente—en el seno materno. No es extraño que algunos Santos Padres hablen de Dios-Madre, viendo en Dios la relación íntima ‘madre-hijo’, además de la ternura exclusiva de una madre).

Frente al bautismo de Juan, que era sólo de agua, el bautismo “en el Espíritu Santo” confiere verdadera filiación divina (Hech.1,5). Lo que Cristo tiene por naturaleza, lo tenemos nosotros por gracia de adopción. Pablo lo atestigua en la 2ª lectura de hoy (Rom.8,14-17):

Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde:

que somos hijos de Dios;

y, si somos hijos, también herederos;

herederos de Dios y coherederos con Cristo.

Este es el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar:

«¡Abba!» (Papaíto)

San Juan concluye entusiasmado:

Ved qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre:

que nos llamamos hijos de Dios y lo somos. (1 Jn.3,1)

Y como el padre deseoso de vivir siempre al lado de sus hijos, Jesús nos promete con un plural trinitario:

Si alguien me ama, mi Padre lo amará,

vendremos a él y habitaremos en él. (Jn.14,23)

 

¡EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO!

 
 
 
 
 
 
 

*Fondo por Vainica*


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: semíramis17 Enviado: 03/06/2012 18:56
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Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: VAINICA Enviado: 04/06/2012 15:45

  Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
     por los siglos de los siglos. Amén.
 
 
 


 
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