Con este libro de melancolía, toda Castilla a mi rincón me llega; Castilla la gentil y la bravía; la parda y la manchega. ¡Castilla, España de los largos ríos que el mar no ha visto y corre hacía los mares; Castilla de los páramos sombríos, Castilla de los negros entinares! Labriegos transmarinos y pastores trashumantes---arados y merinos—; labriegos con talante de señores, pastores del color de los caminos. Castilla de grasientos peñascales, pelados serríjones, barbechos y trigales, malezas y cambrones. Castilla azafranada y polvorienta, sin montes, de arreboles purpurinos.
Castilla visionaria y soñolienta de llanuras, viñedos y molinos. Castilla---hidalgos de semblante enjuto, rudos jaques y orondos bodegueros—, Castilla—trajinantes y arrieros de ojos inquietos, de mirar astuto—, mendigos rezadores, y frailes pordioseros, boteros, tejedores, arcadores, peraíles, chicarreros, lechuzos y rufianes, fulleros y truhanes, caciques y tahúres y logreros. ¡Oh venta de los montes! —Fuencebada, Fonfría, Oncala, Manzanal, Robledo—. ¡Mesón de los caminos y posada de Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo! La ciudad diminuta y la campana de las monjas que tañe, cristalina... ¡Oh dueña doñeguil tan de mañana y amor de Juan Ruiz a doña Endrina! Las comadres—Gerarda y Celestina—. Los amantes—Fernando y Dorotea—. ¡Oh casa, oh huerto, oh sala silenciosa! ¡Oh divino vasar en donde posa sus dulces ojos verdes Melíbea! ¡Oh jardín de cipreses y rosales, donde Calisto ensimismado piensa que tornan con las nubes inmortales las mismas olas de la mar inmensa! ¡Y este hoy que mira a ayer; y este mañana que nacerá tan viejo! ¡Y esta esperanza vana de romper el encanto del espejo! ¡Y esta agua amarga de la fuente ignota! ¡Y este filtrar la gran hipocondría de España siglo a siglo y gota a gota! ¡Y este alma de Azorín..., y este alma mía que está viendo pasar, bajo la frente, de una España la inmensa galería, cual pasa del ahogado en la agonía todo su ayer, vertiginosamente! Basta. Azorín, yo creo en el alma sutil de tu Castilla, y en esa maravilla de tu hombre triste del bacón, que veo siempre añorar, la mano en la mejilla. Contra el gesto del persa, que azotaba la mar con su cadena; contra la flecha que el tahúr tiraba al cielo, creo en la palabra buena. Desde un pueblo que ayuna y se divierte, ora y eructa, desde un pueblo impío que juega al mus, de espaldas a la muerte, creo en la libertad y en la esperanza, y en una fe que nace cuando se busca a Dios y no se alcanza, y en el Dios que se lleva y que se hace.