A veces confundimos las ideas. Y, al hablar de la Inmaculada Concepción, creemos que María concibió y dio a luz a Jesús sin menoscabo alguno de su virginidad, y por eso es inmaculada. La fiesta de la Concepción Inmaculada de María es distinta de su virginidad.
La concepción se realiza cuando el alma, creada por Dios, se une a la materia orgánica proporcionada por los padres, dando así origen a una vida humana. Según la doctrina de la iglesia, el alma viene ya ‘manchada’ por el pecado original: “por la desobediencia de uno (Adán) todos resultaron pecadores”, dice Pablo (Rom.5,19).
Lo que el dogma de la Inmaculada nos dice es que María, desde el primer momento de su concepción en el vientre de su madre, quedó preservada de toda mancha de pecado; fue siempre, desde el primer instante de su existencia, la "llena de gracia".
¿Cómo la Iglesia tardó tantos siglos en definir este dogma?
Por de pronto no es una verdad con fundamente evidente en la Sagrada Escritura. Es más fácil hallarla en la Tradición, en el sentir general del pueblo cristiano, sobre todo en las iglesias de Oriente, que llamaron a María "La Toda Santa", la Santísima (panagía en griego). Este sentir se refleja asimismo en los escritos de muchos Santos Padres, calificando a María como Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), ya que ella contribuyó con Jesús, su descendencia, a restablecer el desorden causado por Adán y la primera Eva.
Suele aducirse, como referencia probatoria, el texto bíblico del llamado Protoevangelio. Después del pecado de Adán y Eva en el Paraíso, Dios maldice a la serpiente: “pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya: ésta aplaastará tu cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gen.3,15).
La argumentación resulta más fácil después de la definición dogmática. Si Cristo es -según Pablo- el nuevo Adán, María es –paralelamente- la nueva Eva. Y si Cristo aplastó la cabeza de la serpiente, solo el hecho de que María permaneció siempre en estado de gracia puede explicar esta ‘enemistad’ entre ella y la serpiente. Comenta Pío XII ("Fulgens corona", 1953) en el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción: “Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre”
Pero el mismo San Pablo, que presentaba motivos para considerar a María como colaboradora de Jesús, ofrecía también dificultades a la definición dogmática de la Inmaculada:
… si por la transgresión de uno (Adán) murieron todos,
con mayor razón el don de la gracia
que proviene de un solo hombre, Jesucristo,
se derramó profusamente en todos (Rom.5,15).
Cristo es, pues, el Redentor universal, y no lo sería si María no hubiera contraído la culpa original. Así razonaban grandes teólogos de los siglos XIII y XIV, dominicos sobre todo, incluido Sto Tomás. El corazón les llevaba a creer, en general, que “María fue pura, con pureza tan alta, que mayor, fuera de la de Dios, no se puede imaginar” (S. Buenaventura). Pero los textos de San Pablo les retenía de defender abiertamente el dogma de la Inmaculada.
El franciscano Duns Escoto, apellidado el Doctor Mariano, acertó con la solución precisa. Su argumentación parece simple, pero resultó definitiva:
María, como descendiente de Adán, debía contraer el pecado de origen; pero Cristo, el mediador perfecto, realizó en Ella el acto de redención más excelso posible: la redimió preservándola del pecado original. ¿Quién redime más eximiamente, el que libera del pecado contraído o el que preserva de contraerlo? Cristo no hubiera sido perfectísimo redentor, si por lo menos en un caso no hubiera redimido de la manera más perfecta posible. Esto es lo que hizo con María. Cristo podía redimir a su madre, haciéndola Inmaculada; convenía hacerlo; por tanto lo hizo, argumento resumido en cuatro palabras: Potuit, decuit, ergo fecit: pudo, convino, luego lo hizo.
Así lo recoge Pío IX en la definición dogmática (Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)
"...declaramos, proclamamos y definimos
que la doctrina que sostiene que
la beatísima Virgen María
fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original
en el primer instante de su concepción
por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente,
en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano,
está revelada por Dios
y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
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