Dios se manifiesta en Judá, su fama es grande en Israel; su tabernáculo está en Jerusalén, su morada en Sión: allí quebró los relámpagos del arco, el escudo, la espada y la guerra.
Tú eres deslumbrante, magnífico, con montones de botín conquistados. Los valientes duermen su sueño, y a los guerreros no les responden sus brazos. Con un bramido, oh Dios de Jacob, inmovilizaste carros y caballos.
Tú eres terrible: ¿quién resiste frente a tí al ímpetu de tu ira? Desde el cielo proclamas la sentencia: la tierra teme sobrecogida, cuando Dios se pone en pie para juzgar, para salvar a los humildes de la tierra.
La cólera humana tendrá que alabarte, los que sobrevivan al castigo de rodearán. Haced votos al Señor y cumplidlos, y traigan los vasallos tributo al Temible: El deja sin aliento a los príncipes, y es temible para los reyes del orbe.
Alzo mi voz a Dios gritando, alzo mi voz a Dios para que me oiga.
En mi angustia te busco, Señor mío; de noche extiendo las manos sin descanso, y mi alma rehúsa el consuelo. Cuando me acuerdo de Dios, gimo, y meditando me siento desfallecer.
Sujetas los párpados de mis ojos, y la agitación no me deja hablar. Repaso los días antiguos, recuerdo los años remotos; de noche lo pienso en mis adentros, y meditándolo me pregunto:
"¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y ya no volverá a favorecernos? ¿Se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa? ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas?"
Y me digo: "¡Qué pena la mía! ¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!" Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos, medito todas tus obras y considero tus hazañas.
Dios mío, tus caminos son santos: ¿Qué dios es grande como nuestro Dios?
Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos; con tu brazo rescataste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José.
Te vió el mar, oh Dios, te vio el mar y tembló, las olas se estremecieron.
Las nubes descargaban sus aguas, retumbaban los nubarrones, tus saetas zigzagueaban.
Rodaba el estruendo de tu trueno, los relámpagos deslumbraban el orbe, la tierra retembló estremecida.
Tú te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba rastro de tus huellas:
Mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón.
Alzo mi voz a Dios gritando, alzo mi voz a Dios para que me oiga.
En mi angustia te busco, Señor mío; de noche extiendo las manos sin descanso, y mi alma rehúsa el consuelo. Cuando me acuerdo de Dios, gimo, y meditando me siento desfallecer.
Sujetas los párpados de mis ojos, y la agitación no me deja hablar. Repaso los días antiguos, recuerdo los años remotos; de noche lo pienso en mis adentros, y meditándolo me pregunto:
"¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y ya no volverá a favorecernos? ¿Se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa? ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas?"
Y me digo: "¡Qué pena la mía! ¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!" Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos, medito todas tus obras y considero tus hazañas.
Dios mío, tus caminos son santos: ¿Qué dios es grande como nuestro Dios?
Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos; con tu brazo rescataste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José.
Te vió el mar, oh Dios, te vio el mar y tembló, las olas se estremecieron.
Las nubes descargaban sus aguas, retumbaban los nubarrones, tus saetas zigzagueaban.
Rodaba el estruendo de tu trueno, los relámpagos deslumbraban el orbe, la tierra retembló estremecida.
Tú te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba rastro de tus huellas:
Mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón.
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, inclina el oído a las palabras de mi boca: que voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado.
Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, no lo ocultaremos a sus hijos, lo contaremos a la futura generación:
las alabanzas del Señor, su poder, las maravillas que realizó; porque él estableció una norma para Jacob, dió una ley a Israel.
El mandó a nuestros padres que lo enseñaran a sus hijos, para que lo supiera la generación siguiente, los hijos que nacieran después.
Que surjan y lo cuenten a sus hijos, para que pongan en Dios su confianza y no olviden las acciones de Dios, sino que guarden sus mandamientos;
para que no imiten a sus padres, generación rebelde y pertinaz; generación de corazón inconstante, de espíritu infiel a Dios.
Los arqueros de la tribu de Efraín volvieron la espalda en la batalla; no guardaron la alianza de Dios, se negaron a seguir su ley,
echando en olvido sus acciones, las maravillas que les había mostrado, cuando hizo portentos a vista de sus padres, en el país de Egipto, en el campo de Soán:
hendió el mar para darles paso, sujetando las aguas como muros; los guiaba de día con una nube, la noche con el resplandor del fuego;
hendió la roca en el desierto, y les dió a beber raudales de agua; sacó arroyos de la peña, hizo correr las aguas como ríos.
Pero ellos volvieron a pecar contra él, y en el desierto se rebelaron contra el Altísimo: tentaron a Dios en sus corazones, pidiendo una comida a su gusto;
hablaron contra Dios: "¿podrá Dios preparar una mesa en el desierto? El hirió la roca, brotó agua y desbordaron los torrentes; pero ¿podrá también darnos pan, proveer de carne a su `pueblo?"
Lo oyó el Señor, y se indignó; un fuego se encendió contra Jacob, hervía su cólera contra Israel, porque no tenían fe en Dios ni confiaban en su auxilio.
Pero dió orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dió un trigo celeste; y el hombre comió pan de ángeles, les mandó provisiones hasta la hartura.
Hizo soplar desde el cielo el levante, y dirigió con su fuerza el viento sur; hizo llover carne como una polvareda, y volátiles como arena del par; los hizo caer en mitad del campamento, alrededor de sus tiendas.
Ellos comieron y se hartaron, así satisfizo su avidez; pero, con la avidez recién saciada, con la comida aún en la boca, la ira de Dios hirvió contra ellos: mató a los más robustos, doblegó a la flor de Israel.
Y, con todo, volvieron a pecar, y no dieron fe a sus milagros: entonces consumió sus días en un soplo, sus años en un momento;
y, cuando los hacía morir, lo buscaban, y madrugaban para volverse hacia Dios; se acordaban de que Dios era su roca, el Dios Altísimo su redentor.
Lo adulaban con sus bocas, pero sus lenguas mentían: su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza.
El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: una y otra vez reprimió su cólera, y no despertaba todo su furor; acordándose de que eran de carne, un aliento fugaz que no torna.
Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño; tú que te sientas sobre querubines, resplandece ante Efraín, Benjamín y Manasés; despierta tu poder y ven a salvarnos.
Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Señor, Dios de los ejércitos, ¿hasta cuando estarás airado mientras tu pueblo te suplica?
Les diste a comer llanto, a beber lágrimas a tragos; nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos, nuestros enemigos se burlan de nosotros.
Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste; le preparaste el terreno, y echó raíces hasta llenar el país;
Su sombra cubría las montañas, y sus pámpanos, los cedros altísimos; extendió sus sarmientos hasta el mar, y sus brotes hasta el Gran Río.
¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa.
La han talado y le han prendido fuego; con un bramido hazlos perecer. Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Dios se levanta en la asamblea divina; rodeado de ángeles, juzga: "¿Hasta cuándo daréis sentencia injusta, poniéndoos de parte del culpable?
Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, defended al pobre y al indigente, sacándolos de las manos del culpable".
Ellos, ignorantes e insensatos, caminan
a oscuras, mientras vacilan los cimientos del orbe.
Yo declaro: "Aunque seáis dioses, e hijos del Altísimo todos, moriréis como cualquier hombre, caeréis, príncipes, como uno de tantos".
Levántate, oh Dios, y juzga la tierra, porque tú eres el dueño de todos los
¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación:
Cuando atraviesan áridos valles, los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones; caminan de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica; atiéndeme, Dios de Jacob. Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo, mira el rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa, y prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria; el Señor no niega sus bienes a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en tí!
Señor, has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob, has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados, has reprimido tu cólera, has frenado el incendio de tu ira.
Restáuranos, Dios Salvador nuestro; cesa en tu rencor contra nosotros. ¿Vas a estar siempre enojado, o a prolongar tu ira de edad en edad?
¿No vas a devolvernos la vida, para que tu pueblo se alegre contigo? Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: "Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón".
La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra; la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;
La fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo; el Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado; protege mi vida, que soy un fiel tuyo; salva a tu siervo, que confía en ti.
Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a tí te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia tí;
porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica.
En el día del peligro te llamo, y tú me escuchas. No tienes igual entre los dioses, Señor, ni hay obras como las tuyas.
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre: "Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios".
Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad; mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre.
Te alabaré de todo corazón, Dios mío; daré gloria a tu nombre por siempre, por tu gran piedad para conmigo, porque me salvaste del abismo profundo.
Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí, una banda de insolentes atenta contra mi vida, sin tenerte en cuenta a ti.
Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí.
Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava; dame una señal propicia, que la vean mis adversarios y se avergüencen, porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.
Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta tí mi súplica, inclina mi oído a mi clamor.
Porque mi alma está colmada de desdichas, y mi vida está al borde del abismo; ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un inválido.
Tengo mi cama entre los muertes, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano.
Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo; tú cólera pesa sobre mí, me echas encima todas tus olas.
Has alejado de mí a mis conocidos, me has hecho repugnante para ellos: encerrado, no puedo salir, y los ojos se me nublan de pesar.
Todo el día te estoy invocando, tendiendo las manos hacia ti. ¿Harás tú maravillas por los muertos? ¿Se alzarán las sombras para darte gracias?
¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte? ¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla, o tu justicia en el país del olvido?
Pero yo te pido auxilio, por la mañana irá a tu encuentro mi súplica. ¿Por qué, Señor, me rechazas, y me escondes tu rostro?
Desde niño fui desgraciado y enfermo, me doblo bajo el peso de tus terrores, pasó sobre mí tu incendio, tus espantos me han consumido:
me rodean como las aguas todo el día, me envuelven todos a una; alejaste de mí amigos y compañeros: mi compañía son las tinieblas.