LA NOCHEBUENA DE MARÍA Y DE JOSÉ
Dicen que Lucas era médico. ¿Versado quizás en ginecología? Lucas es el único evangelista que menciona el parto de María. Pero su narración es tan breve y simple…, que casi puede calificarse de ‘aséptica’ con lenguaje clínico.
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Todo era silencio y espera. Belén dormía. En las afueras, “a la intemperie velaban por turno unos pastores” (Lc.2,8).
En las alturas, la Santísima Trinidad del cielo velaba sobre la trinidad santa de la tierra. Y en una pequeña gruta de Belén, casi en penumbra, una joven, María, está a punto de dar a luz.
La Virgen sueña caminos
está a la espera…
Como en un eco bíblico, resuena en su corazón la divina promesa: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella quebrantará tu cabeza” (Gen.3,15).
“Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel: Dios-con-nosotros” (Is.7, 14).
…la Virgen sabe que el Niño
está muy cerca.
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Y esta proximidad del Niño le produce tal vez una especie de escalofrío ante lo desconocido:
Cuando venga, ¡ay!, yo no sé
con qué le envolveré yo,
con qué…
... O dímelo tú, si no,
si es que lo sabes, José,
y yo te obedeceré,
que soy una niña yo:
Con qué manos le tendré
que no se me rompa, no,
con qué. (G. Diego)
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Fuera, a la puerta de la gruta, está a la espera José, nervioso y preocupado. La ley no le permite presenciar el parto. También él recuerda la promesa bíblica y las palabras que “en sueños” le dijera el ángel del Señor: “No tengas reparo en acoger a María como esposa, lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt.1,20s).
Las horas se alargan. El silencio se hace cada vez más hondo. Es la hora anunciada por los profetas. Todo es misterio y espera.
“Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos” (Sab.18.14).
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Quizás un pequeño vagido advirtió a José, que se precipitó en la habitación. Una sonrisa de María lo tranquilizó. Sobre el suelo un bebé diminuto, húmedo todavía, se abría paso a la vida. Y ella, María, tratando de cogerle entre sus brazos, temerosa de que se le rompiese. José no comprende nada. María tampoco.
Lucas, el médico, con posibles conocimientos de ginecología, tampoco sabe explicar nada y opta por la noticia escueta:
Estando ellos allí, le llegó la hora del parto
y dio a luz a su hijo primogénito.
Lo envolvió en pañales
y lo acostó en un pesebre (Lc.2,6-7),
La metáfora de un antiguo catecismo permite vislumbrarlo: “como un rayo de sol que pasa por un cristal, sin romperlo ni mancharlo”. Y la metafórica, más que figura retórica, tiene profundidad teológica: Jesús, sol de justicia (Malq,4,2), brota de María, dejándola Virge, limpia e inmaculada, como el rayo de sol que pasa por el cristal. “Porque para Dios nada hay imposible -había dicho el ángel de la Anunciación-” (Lc.1,37).
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