"No puede amar a otro el que a sí mismo no se ama, ni amarse a sí mismo el que no se conoce".
Quevedo.
Partiendo de este principio, y del que nos dice que no podemos amar a quien no conocemos, se deduce logicamente que para construír la felicidad de darnos a los demás amándolos, es necesario primero conocernos a nosotros mismos.
La soledad nos lleva a meditaciones y reflexiones muy profundas sobre el yo interno que nos dá el conocimiento que requerimos para amarnos; pero la soledad por sí misma no nos dá este entendimiento si no es por la propia voluntad y el esfuerzo de descubrirnos, para poder comprendernos y amarnos y así estar en plena capacidad de descubrir, conocer, comprender, solidarizarnos y amar a nuestros semejantes. En conjunto como norma, es la llave para edificar nuestra propia escultura de la felicidad plena.
Amar aún a quien nos hiere, a quien nos lastima, incluso a quien nos ha hecho un daño irreparable, es tarea titánica, pero no imposible, si adoptamos como parte de nuestro interior los principios anteriormente mencionados. Si nos tomamos la tarea de descubrir y conocer a éstas personas, habremos dado un gran paso en comprender sus actitudes negativas, el qué fue lo que lo motivo a dañarnos, y como consecuencia lo estaremos amando en el perdón.
|