EL DEDO DE DIOS
Hay textos evangélicos cuyo mejor comentario es el silencio. Uno de ellos es —creo— el de este domingo. Tiene lugar en el entorno del Templo: sagrado y multitudinario, de Dios y de los hombres.
Llegan escribas y fariseos,
trayendo una mujer sorprendida en adulterio.
(El término ‘sorprendida’ tiene su dosis de picaresca inquisitorial). Y llegan, como cazadores que exhiben su presa, vociferando justicias, moralidades, mosaísmos y lapidaciones. Y colocan a la mujer ante Jesús, al que preguntan:
“Maestro, tú ¿qué dices?”
Es curioso este mundo de escribas y fariseos, los profesionales de la ‘sorpresa’: sorprendieron a la mujer en el pecado y quieren sorprender a Jesús en la injusticia legal. ¡Extraña perspectiva! Los hombres vociferan y miran a Dios a través de una pecadora. Jesús, en cambio, calla y mira a la pecadora a través de Dios.
Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Me subyuga sin duda, hasta artísticamente, la escena profundamente dramática: en medio de la multitud expectante, una mujer a punto de morir apedreada por pecadora; a un lado, hombres igualmente pecadores, exigiendo justicia; y al otro, Jesús —Dios— que calla y escribe con el dedo en el suelo.
Pero me subyuga, sobre todo, ese dedo que escribe en el suelo, hasta el punto de hacerme perder la perspectiva general de la escena. Me parece estar viendo el dedo de la conciencia, el dedo de la verdad, el dedo de Dios, en último término. Y ante ese dedo desaparece todo lo demás.
¿Qué escribiría el dedo de Jesús? ¿La lista de pecados de los acusadores? ¿Los garabatos de toda vida siempre insignificante, que mira a veces la paja en el ojo ajeno a través de la viga en el propio? ¿Tal vez las palabras que luego pronunció: “El que esté sin pecado, tire la primera piedra”? ¿Acaso que "Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva"?
No lo sabremos nunca. Juan solo nos aclara el final:
“Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno,
(y matiza, no sin picardía)
empezando por los más viejos”.
Y dirigiéndose a la mujer, Jesús le dijo:
"Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."
Dos conclusiones siempre oportunas, pero especialmente como final de la cuaresma para el cristiano: La conciencia del propio pecado, que Dios perdona siempre, y el propósito de enmienda:
“En adelante no peques más"
P.D. No sé por qué (quizá es culpa de mi dosis de escriba y fariseo), al leer en Juan este evangelio, me vino el recuerdo de los políticos que lanzan piedras y peñascos a la casa del adversario sorprendido en corrupción, mientras conservan la suya bien cerrada y a oscuras… por si acaso. Pero ante ciertas escenas políticas, como ante algunos textos evangélicos, quizá el mejor comentario sea el silencio. ¡Mira que si viene Jesús y se pone a escribir…! O tal vez falten piedras suficientes para las lapidaciones.
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