Nos hablaba de una gaviota que se atrevió a soñar.
Le interesaba ser ella misma, vivir intensamente, potenciar
todos sus talentos y posibilidades.
No aceptaba la vida monótona y siempre igual de la bandada que
sólo se atrevía a vuelos rastreros, sin alma, detrás de los desperdicios
que arrojaban los barcos.
Ella sentía en su alma el llamado de las alturas, la vocación de libertad.
Por atreverse a proponer una vida distinta, la aislaron, la dejaron sola,
la tacharon de loca, la desterraron.
Juan Salvador, la pequeña gaviota, aceptó la soledad del aprender
de nuevo, la soledad de la búsqueda atrevida de mares nuevos, nuevos
cielos, nuevos horizontes.
En lo profundo de su corazón adolorido, sentía que sus alas
habían nacido para abrirse a la inmensidad de lo desconocido.
Y se arriesgó.
Tras muchos ensayos fallidos, un día se encontró surcando los
altos cielos, azules, maravillosos, inmensos, con un halo de eternidad.
Y ese día entendió por qué y para qué había nacido gaviota.
Palpó el vértigo de lo profundo, vivió la originalidad, la iniciativa,
la creatividad.
Experimentó las honduras de la perfección: llegar hasta el final de
lo emprendido, llegar hasta la raíz, el manantial de su propio ser.
Ya no se trataba tanto de buscar la libertad,
como de ser libre.
Y se entregó apasionadamente a ser ella misma, sin ataduras ni temores.
Pero Juan Salvador Gaviota seguía amando a los suyos a pesar
de que lo habían desterrado.
Y decidió volver a la bandada para enseñarles que la vida podía ser
algo mucho más interesante que comer y disputarse los
desperdicios de los barcos.
Estaba seguro de que su empresa no iba a ser nada fácil, que de
nuevo lo aislarían, lo ofenderían, pues no estaban dispuestos a
cambiar ni a escuchar tranquilamente que alguien les hablara de
la necesidad de cambio.
No importaba que no lo comprendieran: con que una sola gaviota
se atreviera a soñar y emprender un nuevo vuelo, se justificaba
su aventura.
En el fondo de su corazón, Juan Salvador Gaviota adivinaba que
era imposible vivir intensamente su libertad sin intentar liberar a otros,
que la plenitud implicaba el servicio.
Volvió sin prédicas ni alardes.
Sólo trataba de ser una auténtica gaviota nacida para volar.
Poco a poco, algunas gaviotas jóvenes se fueron acercando a
presenciar su vuelo vigoroso.
Y le pidieron que les enseñara a volar.
No les importaba que la bandada los despreciara y expulsara.