Alfarero del hombre, mano trabajadora que, de los hondos limos iniciales, convocas a los pájaros a la primera aurora, al pasto, los primeros animales.
De mañana te busco, hecho de luz concreta, de espacio puro y tierra amanecida. De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Meta de los sonoros ríos de la vida.
El árbol toma cuerpo, y el agua melodía; tus manos son recientes en la rosa; se espesa la abundancia del mundo a mediodía, y estás de corazón en cada cosa.
No hay brisa, si no alientas, monte, si no estás dentro, ni soledad en que no te hagas fuerte. Todo es presencia y gracia. Vivir es este encuentro: tú, por la luz, el hombre, por la muerte.
¡Que se acabe el pecado! ¡Mira, que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra! Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte de haberle dado un día las llaves de la tierra.
Que se acabe el pecado! ¡Mira, que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra! Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte de haberle dado un día las llaves de la tierra.