Manos, mis temblorosas y delicadas manos, curtidas por el viento, a veces tercas y también traviesas, teñidas por el sol, como espigas fugaces de mi aliento.
Que fueran con sus dedos desiguales el ábaco nocturno, para contar de niño las estrellas en este mundo absurdo donde el cero corona decimales.
Ayer tan candorosas en juegos prodigiosos y hechiceros, que en días infantiles preñadas de pureza siempre fueron el sol de mis perfiles.
De jóvenes, candentes en los cielos de cien hermosas niñas, que dieran a mis días el pensamiento bruñido por los ecos, de una franca y sonora carcajada.
Manos de mi juventud pomposa y de una cuita inquieta, surgidas a la luz de la distancia con sorna indefinible, como fantasmal nave marinera.
Amapolas y luces encontradas en calles del destino. Sellaron su rubor en los cristales con huellas perceptibles en las ventanas de risueñas novias de aquellos mis abriles.
Oh, manos caprichosas que en la humedad opaca de los tiempos -y antes de crecer- sintieron el alud de los caminos y calmaron de mi sed el sentimiento.
Son la forja de mi estirpe, tan humana, audaces, como siempre, que en la escuela blandieron pegajosas la pluma, el tintero y el sainete conspicuo de las horas.
Con sus diez dedos fueron caprichosas deidades trashumantes, a veces tan cerca del infierno y en otras ocasiones llevarme también a los altares.
Manos, a la pasión recién nacidas en las sombras del placer, las siento tan ajenas y tan mías como fueran las voces que encendieron la lámpara del día.
Ayer, con ellas desposé a mi esposa en tierras tropicales y luego pude acariciar mejillas, primero de mis hijos y luego de mis nietos lisonjeros. ¡Oh! Manos abismales.
Jamás supieron de la furia ni el espanto mis manos, mis enjundiosas manos, así pecaminosas... que fueran el apoyo de mis padres en su infalible camino hacia la fosa.
Mis manos, nunca despiadadas y herramientas de mis años idos, acariciaron frentes y de mi amada sus párpados dormidos de azul de primavera.
¿Irán mis manos un día muy temblorosas y posiblemente huecas a blandir la despiadada espada, o serenas y yertas implorarán de Dios una mirada?
Estas manos que me dieron la vida, escudo de mis ojos, cortarán del monte los abrojos tal vez como tizona cuando ilumine el sol de mi partida.
Manos, fuentes de placeres, y ceremoniosas cumbres de mi vida, cruzadas en mi pecho abrazarán mi esqueleto ya dormido, huesudas, descarnadas... y también resucitadas en la nada.
Desconozco autor
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