CIUDAD DE MÉXICO, 30 de marzo.- Los hijos, nietos y bisnietos de los 20 mil refugiados que arribaron a México por el puerto de Veracruz hace 75 años a bordo de barcos como el Sinaia o el Mexique, actualmente ya no pactan encuentros con otros jóvenes de la comunidad en los lugares donde se reunían sus ancestros, sino se han adaptado a los centros chilangos.
La década de los sesenta vivió el mayor esplendor de los centros de reunión españoles cuando la comunidad de exiliados por la Guerra Civil llenaba tardes y noches lugares como el Orfeó Català, Casino Español, Salón Covadonga, Centro Castellanos y Centro Gallego para platicar, jugar dominó o cartas, beber cerveza, realizar tertulias o practicar bailes como la Sardana catalana.
La presencia de españoles se mantiene en la Ciudad de México como dueños de negocios de peleterías en la calle de Uruguay, o tiendas de casimires, en Isabel la Católica, cuyo dueño, Antonio Aranda, es uno de los 500 Niños de Morelia rescatados por petición de Amalia Solórzano, esposa del entonces presidente Lázaro Cárdenas.
En cantinas y restaurantes como la Transatlántica y el Mesón del Cid, cafés como el Villarias, en el Eje Central y hoteles en el Centro Histórico y en las colonias Roma, Polanco y Condesa, que eran sitios de reunión de los exiliados para sus tertulias, ahora es más común ver ahí a mexicanos y otros extranjeros que a los mismos descendientes de los españoles.
Al igual que sus acentos, que se han alejado al nato de sus antepasados, reconocen sus padres, los jóvenes se han adaptado a los centros chilangos donde conviven tanto capitalinos como estadunidenses, europeos, asiáticos, y latinoamericanos, en los centros de moda de las colonias Roma, Coyoacán y Polanco.
No asisten sin embargo al Centro Cultural España, en República de Guatemala 18, que tiene un concepto acorde a una generación más joven en la terraza bar, cuyo encargado de la barra explica que la ausencia se agudizó debido a que se cancelaron las presentaciones de músicos españoles, por la crisis del país de la Península Ibérica.
Las cantinas y restaurantes donde sus padres y abuelos suelen todavía reunirse, conservan el esplendor de cuando los exiliados esperaban el fin de la Segunda Guerra Mundial con la esperanza de regresar a España, mantienen las recetas tradicionales e incluso los ingredientes que compran en los negocios La Catalana y el Porvenir en el Mercado de San Juan, en el centro, y son los únicos sitios que suelen ser pisados por los jóvenes únicamente cuando se transmite el clásico de futbol Barcelona contra Real Madrid.
El caso del Casino Español, que tiene 152 años y fue un espacio de encuentro para los castellanos, gallegos y asturianos exiliados que por las tardes llenaban el mesón para jugar billar, dominó, cartas, tocar la gaita, celebrar las fiestas de Santiago y la Virgen de la Pilarica, además de realizar los compromisos nupciales en donde las madres elegían al novio para sus hijas no es tan distinto.
Francesc Vinyals, quien llegó de Barcelona en 1971, y Agustín Inguanzo, concesionario de ese restaurante, quien llegó del pueblo de Llanes en la provincia de Asturias en 1978, consideran que las nuevas generaciones ubican estos puntos de encuentro únicamente por la tradición de sus abuelos y padres.
Ya los nietos de españoles que nacen aquí tienen otros centros con otro tipo de instalaciones, ya no conocen este lugar, sino únicamente de nombre y de que sus abuelos lo frecuentaban”, reconoce Inguanzo, quien comenzó a los 22 años a trabajar en el DF como elevadorista.
Vinyals, recuerda que en la España franquista México estuvo vetado por no aceptar el gobierno dictatorial, únicamente se hablaba sobre acontecimientos amarillistas o catástrofes naturales. Sin embargo él deseaba venir a México por las oportunidades laborales
que ofrecía.
La emoción de Vinyals no se esconde al hablar sobre la tradición del Orfeó Català, el centro que nació en 1906, y que estuvo a punto de desaparecer, pero se fortaleció tras el arribo del exilio cuando los catalanes se reunían para cantar canciones en la espera de su regreso.
Comensal del Orfeó Català desde hace 43 años, comparte su mesa con otros catalanes que viajaron a México en busca de oportunidades. Cuenta que se casó con una mexicana y que sus hijos son mexicano-catalanes, por lo que hace un esfuerzo en continuar las tradiciones, debido a que los otros centros catalanes y las tradiciones están “languideciendo” debido a que los jóvenes no asisten.
Actualmente las cosas ya son distintas porque es un problema que tienen todos los centros españoles y en nuestro caso no es una excepción, porque esas cosas ya las están manejando los hijos y los nietos de los que llegaron, y el grado de integración con México ha hecho que los lugares también se mexicanicen.
Con el tiempo y la resignación de haber sido abandonados por los aliados, quienes permitieron que Francisco Franco tomara el poder hasta su muerte en 1975, los padres sembraron en sus hijos el sentimiento de ser mexicanos pero sobre todo capitalinos.
“Mis padres no quisieron que fuéramos extranjeros en nuestra propia patria, y a pesar de que en la casa se hablaba en catalán y la atmósfera fuera republicana, nunca se alimentó el sentimiento de que no pertenecíamos a este país y que teníamos que regresar a Cataluña en cuanto se pudiera.
“Fuimos criados como mexicanos y nos sentimos como mexicanos. Yo soy tenochtla. Soy defeño, soy chilango”, asegura Marcelino Perelló, ex líder del Movimiento del 68 en México, de donde fue exiliado a Rumania tras la persecución del Estado
Para Vinyalas esta fusión es mayor con los descendientes de catalanes que de otras regiones españolas. Presume: “Soy mexicano. Me siento más mexicano que la gente que haya nacido aquí: yo elegí venir a México y continuo viviendo aquí, somos mexicanos, somos catalanes”.