Batalla perdida
La única batalla que no pudo ganar el dictador gallego fue la que implicaba su reconocimiento por parte de México. Mientras los cobardes gobiernos de Francia e Inglaterra se apresuraron a reconocerlo, México le dio al mundo una lección de decencia y lealtad al mantener la relación con el gobierno republicano español en el exilio y a conservarla hasta 1977, cuando Adolfo Suárez había empezado a democratizar España.
México, el México cardenista de finales de los años 30, fue indudablemente el mejor aliado de la República Española. Si de algo puede enorgullecerse la diplomacia mexicana es de su acción en los foros internacionales de aquella época a través de hombres que siguiendo las consignas de Lázaro Cárdenas defendieron la legitimidad republicana. Hombres que, confiados en nuestra ya deficiente memoria, se llamaron Isidro Fabela, Narciso Bassols, Luis Qintanilla, Alejandro Carrillo, Gilberto Bosques...y los que se me hayan olvidado.
Es cierto que la URSS participó en la guerra española, en el bando republicano, pero lo hizo cobrando su ayuda militar en oro, mientras Cárdenas, en vez de pasar facturas le abría las puertas de su país a miles de españoles que pudieron rehacer su vida aquí, en un ambiente de libertad.