Mi cuerpo es un templo sagrado del Espíritu. Su verdadero propósito es expresar el amor y la vida de Dios, de manera que dejo ir cualquier conducta que pueda perjudicarlo. Apoyo su vitalidad permaneciendo atento a sus mensajes y necesidades. Honro mi cuerpo comiendo alimentos nutritivos y llevando un estilo de vida saludable.
Envío amor y agradecimiento a cada parte de mi cuerpo mediante palabras afirmativas de Verdad. Dejo ir emociones difíciles que pude haber almacenado como dolor físico o enfermedad. Honro mis necesidades de descanso y recreación. Al servir a mi cuerpo templo con devoción, creo un espacio para que lo sagrado se desarrolle en mi vida.
¿No saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que Dios les ha dado, y que el Espíritu Santo vive en ustedes?—1 Corintios 6:19
Si me siento angustiado por alguna circunstancia, logro sentir paz al saber que Dios está en medio de ella. Quizás no entienda por qué las cosas pasan de la manera que lo hacen, pero confío en que el amor divino mora en todo. Mantengo mis pensamientos enfocados en el Espíritu —nada puede perturbar la paz de mi alma.
No existe situación ni persona más poderosa que Dios. Si me siento abatido por la duda, el temor o la ansiedad, niego que estos sentimientos tengan poder sobre mí. Afirmo: Dios es todo poder. La Mente Divina es omnisciente. Cristo es la única Verdad. El Espíritu es todo amor. No existe nada que no sea de Dios. Estoy a salvo y soy amado siempre. La Presencia eterna me protege.
¡Cuida, oh Dios, de mí, pues en ti busco protección!—Salmo 16:1
Gracias a mi intuición, reconozco la voluntad de Dios en mi vida. Pregunto, espero y escucho. Dejo ir cualquier apego a respuestas o resultados específicos. Permanezco apacible, receptivo y confiado. Al estar abierto a la sabiduría divina, tengo acceso a un conocimiento que va más allá de mis recursos personales.
Desarrollo mi intuición con cada decisión que tomo. Si deseo que las cosas salgan a mi manera, puede que sienta ansiedad y frustración. Mas cuando me conecto conscientemente con el Espíritu y sigo Su voluntad, siento alivio. No existe situación que esté más allá de mi intuición. El silbo apacible y delicado me guía hacia la paz.
Dios concedió a Salomón mucha sabiduría e inteligencia, y una comprensión tan abundante como la arena que está a la orilla del mar.—1 Reyes 4:29
El Dalai Lama escribió: “Al resistir darle fuerza a una visión egoísta del mundo, podemos reemplazarla con una visión del mundo que toma en consideración a cada ser viviente”. Nadie está verdaderamente solo en este mundo; dependemos los unos de los otros. Los alimentos que comemos, las casas donde vivimos, la ropa que usamos, son el resultado del trabajo de otros.
Cuando me doy cuenta de que estoy interconectado con todos, aprecio su presencia. Siento empatía por los demás. Soy amable y considerado. Expreso compasión a quien ha sufrido una pérdida, enfrenta un reto o necesita que lo escuchen. Practico la empatía ofreciendo mi ayuda y viviendo con un corazón receptivo.
Y Saúl les dijo: “¡Que el Señor los bendiga por haberse compadecido de mí!”—1 Samuel 23:21
La curación siempre está en progreso, sin importar lo que parezca estar sucediendo. Bajo la superficie, la energía de la vida siempre promueve la salud. Confío en que el proceso de curación se lleva a cabo en mi alma, mente y cuerpo.
Para fomentar mi curación, aparto mi atención de cualquier percepción externa y me aúno al Espíritu. Afirmo: La salud es mi derecho, mi estado natural de ser. Mi curación ya está sucediendo.
Confío de corazón y dejo ir cualquier expectativa de cómo debe surgir mi curación. Siento gratitud por las hermosas lecciones que el proceso sanador me ofrece. Cada momento de mi vida me brinda la oportunidad para la plenitud y el crecimiento.
Confía en el Señor de todo corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.—Proverbios 3:5