Clavadico en una cruz
mi durce Jesús se muere.
Al más inocente e tós
le cobran lo que no debe.
Y se me esclavija el arma,
y m’enrrito hista los trenques
esfisando el borderío
de la injusticia inclemente.
Y denunciar la injusticia
quieo chillar yo mu juerte.
Y pedil.le al probe Cristo,
poique si Él lo quiere, puede,
que s’abaje e la cruz
ande la inquinia lo tíe,
y’una jamanza e palos
a los galopines pegue,
como ya hizo en el Trempo
con los malvaos mercaderes…
Pero, dimpués de pensal.lo,
y medital.lo dos feces,
m’agarra la temblorina
y’el arma se me estremeje
al pensar que puidá ser;
y allí, Cristo, no moriese.
No lo quió ni imaginar.
¿Qué sería e noestra suerte?
Si e la cruz s’abajara
y’abandonara pa sempre,
¿ya quién me redimiría?
¿Quién mataría mi muerte?
Por eso, ¡no! ¡No t’abajes!
Emuestra siguir queriéndome
dando tu vida por mí.
Anque yo diga quererte
y tantas feces, Jesús,
te falle y no le emuestre.
Y cuando más yo te falle
emuéstrame Tú quererme,
poique es la única jorma
que sé pa yo no perderme.
¡Y qué inronía tan jrande!
Yo vivo, poique Tú mueres.
Y anque yo no lo meresca,
haga lu qu’haga, me quieres.
¡Bendita sea la locura
d’Amor, la que Tú me tienes!
Francisco Medina Ortín.