Arañan sus pupilas
el cristal de sus lágrimas.
Le rasgan como aceros
puñales de tormentos,
dejando sin aliento
su aire y sus suspiros.
Y muero cuando miro
la pena que la embarga,
bebiendo de esa copa
donde el licor amarga.
Arañan sus pupilas
el salobre de sus lágrimas
y llora mientras calla
el dolor en sus entrañas.
Arañan sus pupilas
las penas de su llanto
sintiendo las heridas
del hijo desangrado,
del hijo que en la cruz
respira agonizando.
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(Francisco Antonio Mª Acosta Pérez)