Ver el mundo con curiosidad infantil es hacer a un lado el escepticismo, la duda y el temor para vivir con amor, alegría y confianza. Es vivir en el momento con entusiasmo y anticipando sólo el bien. Es sentir fascinación por todo a nuestro alrededor, preguntando con interés y esperando las respuestas con fe inquebrantable.
La curiosidad infantil hace que me maraville por la belleza de las estrellas, que observe con fascinación como una hormiga lleva su miga de pan a su hormiguero, que escuche con gozo el trino de la alondra. Con una nueva conciencia, tomo de la Fuente inagotable de energía e ideas. Todo es posible porque soy una creación de Dios.
Jesús se regocijó en el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, … porque estas cosas las escondiste de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños.—Lucas 10:21
Recibo con gozo las oportunidades que me brinda el cambio.
Las vacaciones típicamente están llenas de actividades: juegos, visitas, excursiones. A veces, un cambio de ambiente es justo lo que se necesita para recargar la energía. Sin embargo, no todo cambio es bien recibido ni esperado. Los cambios suceden, tanto en mí como a mi alrededor. Y, en vez de enfrentarlos con resistencia o descontento, los recibo con la expectativa gozosa de un niño.
¿Enfrento un reto de salud? Quizás dicho reto me brinde la oportunidad de enfocar mi atención en lo que puedo hacer para fomentar mi bienestar. Los cambios en mi trabajo pueden motivarme a expresar mi mayor potencial. Acojo los cambios con gozo y entusiasmo.
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: “De cierto les digo, que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos”.—Mateo 18:2-3