La oración es un regalo del corazón que puedes dar una y otra vez. Bien sea que ores por un ser querido, un amigo, un vecino o un extraño, al orar por otros das la mayor bendición posible. Al hacerlo, pon tu fe en el amor y la sabiduría de Dios. Entrégale la persona o la situación, y libera toda expectativa de resultados específicos.
Comienza por centrar tus pensamientos en el Espíritu divino. Siente Su amor en ti y ten presente que este amor rodea, eleva y bendice todo. Permite que las siguientes palabras sean la meditación de tu corazón:
El cuidado amoroso y apacible de Dios te envuelve ahora y por siempre. Eres guiado, saludable, próspero, sereno y libre. Afirmo para ti lo mejor y más elevado, sabiendo que sólo el bien viene a ti.
Acepto la plenitud como el modelo divino de mi ser. Cuando alineo mis pensamientos con esta Verdad, estimulo la salud en todo átomo y célula de mi cuerpo. Myrtle Fillmore escribió: “Dios es la vida perfecta que fluye por medio de nosotros… Dios es nuestra única realidad; todo lo demás no es más que una sombra”.
Elijo evaluar esos patrones o creencias que no son parte de la voluntad de Dios para mí. Los saco de las sombras y los entrego a la luz de la transformación. Este dejar ir eleva mi conciencia a una nueva expectativa de plenitud. Digo palabras de verdad, amor y gratitud a mi cuerpo. Todo mi ser —cuerpo, mente y espíritu— responde a la vida divina. Soy renovado.
Si todo tu cuerpo está lleno de luz … será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor.—Lucas 11:36