Mi mente, cuerpo y espíritu actúan como una fuerza poderosa para el bien.
Mi mente o tiene pensamientos de temor y limitación o de amor y posibilidades; mi cuerpo responde a su medio ambiente interno y externo; y mi espíritu infunde todo lo que me comprende. Mi mente, cuerpo y espíritu están en comunicación constante.
Si siento incomodidad en mi cuerpo, encuentro consuelo en el Espíritu mediante afirmaciones saludables. Mantengo mi mente abierta y positiva. El cuerpo tiene la sabiduría del Espíritu y, al prestarle atención, puedo recabar información valiosa. Cuando no estoy seguro acerca del mensaje de mi cuerpo, respiro profundamente y le pregunto qué me trata de decir. Presto atención a mi mente, cuerpo y espíritu.
Si todo tu cuerpo está lleno de luz, y no participa de la oscuridad, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor.—Lucas 11:36
Yo soy un ejemplo viviente y amoroso de la naturaleza crística.
Cada persona en mi vida, presente, pasada o futura, es un regalo más valioso que cualquier presente material. Mi vida ha sido bendecida por aparentes ángeles de Dios en forma humana. Yo soy elevado, motivado e inspirado. Demuestro ese comportamiento cuando reflejo amabilidad, compasión y amor en mis interacciones.
Aprecio la sabiduría y la bondad en todas las personas. Yo soy un modelo de amor, perdón y aceptación. Con un corazón dispuesto doy de mi tiempo, de mis talentos y de mis tesoros a quienes los necesitan. Estoy eternamente agradecido al Espíritu divino por la oportunidad de bendecir y de ser bendecido gracias a relaciones personales satisfactorias.
En fin, únanse todos en un mismo sentir; sean compasivos, misericordiosos y amigables; ámense fraternalmente.—1 Pedro 3:8