Un surfista aprovecha el poder del océano para realizar su emocionante recorrido hasta la costa. Yo también me coloco en el centro de la ola del poder de Dios. No me adelanto al frente de ella forzando mi voluntad, ni me paralizo por el miedo o la inseguridad. Al centrarme en la ola, puedo discernir la respuestas y la dirección que debo tomar.

Me dejo llevar por el gran poder de Dios y navego la ola que es mi guía y dirección interiores. En la oración, desisto de querer saber qué va a ocurrir y confío en que mi bien mayor se está desarrollando. Hago lo que me corresponde, dejando lo más grande a Dios. Presto atención a mi intuición y sigo la guía que recibo. Luego sigo mi motivación interna llevar a cabo acciones con propósito y determinación.

Aferrarse a los resentimientos y remordimientos nubla la mente y cierra el corazón. Las enseñanzas de Jesús sobre el perdón me animan a mantener mi mente y mi corazón afables. Declaro mi intención de perdonar cuando oro y abro mi corazón al amor divino interior. Reconozco mis sentimientos sin juzgarme. Entrego mis pensamientos y emociones a Dios.

Gracias a ésta práctica, el perdón se torna más fácil y el corazón se siente más liviano. También tengo presente ser considerado conmigo mismo por los errores pasados. El perdón allana el camino para la sanación y el gozo en mi vida. La calidez que irradia mi corazón mientras oro, me bendice a mí y a quienes me acompañan.

Mantengo presente el bien mayor de mis seres queridos. Si me pregunto cómo ayudar a quienes me importan, recuerdo el poder de la oración. Él me ayuda a mirar más allá de los retos que puedan estar enfrentando o de las situaciones que preocupen sus corazones. Al orar los entrego al cuidado de Dios —la única presencia y el único poder, su identidad divina.

La oración me mantiene en un estado de paz que me ayuda a tener presente la Verdad. Al comulgar con el Espíritu, mis preocupaciones desaparecen. Afirmo salud, prosperidad y paz. Visualizo el bien más elevado para todos. Siento gratitud al orar y confiar a mis seres queridos a la guía perfecta de Dios.

Hoy determino fomentar mi potencial como ser divino. Mis lecciones de vida y mi crecimiento espiritual me apoyan para comenzar de nuevo. He aprendido de mi pasado y tengo grandes sueños para mi futuro.

Aprovecho este momento para dejar ir lo que ocurrió antes de este día y empezar a hacer mis sueños realidad. Comienzo a construir desde la cualidad espiritual de mi fe, confiando en mi habilidad para lograr mis metas.

Mi facultad de sabiduría me ayuda a decidir qué camino seguir. Mi imaginación me ayuda a concebir todas las posibilidades para mi vida. Al cambiar y crecer, tengo fe en que mi nuevo comienzo me lleva a un futuro brillante. Agradezco la oportunidad de empezar de nuevo.

La gracia es un hilo divino entretejido en el lienzo de mi vida. Teje en ella diseños de bienestar, prosperidad y paz. Si deseo ser más saludable, afirmo mi salud y bienestar y siento que la gracia brilla intensamente a través de mi cuerpo y mente.

Si deseo experimentar y conocer el sentimiento liberador de la prosperidad, encuentro la gracia en la abundancia de la amistad, en el amor y en el apoyo que me rodea.

Al buscar tranquilidad y calma, la gracia me invita a disfrutar de un momento de oración. Al orar, mi conciencia de mi unidad con Dios se profundiza, y Su amor y sabiduría me reconfortan. La gracia de Dios me acuna, y siento su apoyo a lo largo de mi sendero espiritual.