LA DAMA DE LAS NUEVE SONRISAS, con la que sueño todas las noches, tiene los ojos al revés y las orejas erguidas. Con su fino olfato adivina las rutas que siguen las parvadas de gorriones al oscurecer en busca de un manso lugar dónde esconder sus trinos.
Le encanta salir de noche a conseguir lo que no encuentra en casa. Avanza desnuda por las callejuelas empedradas, seguida por un largo séquito de perros y gatos que la protegen de los chismes e intrigas pueblerinas.
Camina siempre de prisa. Y por eso deja atrás a quienes desean conquistarla. A su paso sensual, de pantera en celo, el suelo gime de placer. Sus nalgas son soberbias y sus pechos suculentos. Lo único que la afea son esas cejas fosforescentes que brillan como una estrella fugaz derrumbándose sobre el horizonte marino.
Los niños no se escandalizan cuando la ven pasar moviendo sus nalgas de nácar y esa delicada nariz de naranjo en flor. Pero hay algo que no encaja muy bien en ella. Quizás sean sus piernas de rascacielos o esa manía crónica de dormirse sobre las nubes más altas cuando repica la anciana campana del pueblo.
La Dama de las Nueve Sonrisas está por encima del Bien y del Mal. Y cuando me besa, sus labios parecen retornar de jugosos territorios azules que se escurren por su mirada de abedul.
Dicen que cuando cantó por primera vez, los vientos clamaron venganza. Desde entonces las noches son frías y oscuras. Para la segunda vez, las aguas brotaron de los desiertos pero sus lágrimas se volvieron de arena.
En la tercera ocasión, el duende que habitaba en nuestra boca, y masticaba por nosotros, se convirtió en lengua. Pero nada ocurrió la cuarta vez. Sólo hubo un exceso de polvo lunar en las plumas de los ángeles que convalecían enfermos de vértigo en la pequeña posta médica de la ciudad.
Y para la quinta y sexta vez, una plaga de pezones alados voló sobre los techos y los árboles del pueblo hasta que desaparecieron por el hoyo de su ombligo.
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No sé qué pueda ocurrir la próxima vez que hable con la Dama de las Nueve Sonrisas. No creo que el mundo desparezca, pero es posible que las mañanas salgan de noche o viceversa. O tal vez las nubes se vuelvan de harina. También es probable que los adultos se trasformen en niños y los perros en huesos.
Pueden suceder tantas cosas que lo mejor es que me aleje de aquí. Pero regresaré otra vez cuando el placer la desmaye sobre la hierba de abril.
Entonces volveré a darle cuerda y respiración de boca a boca para que despierte y salga a vagar desnuda por las playas desiertas antes de que suba la marea.