Tet-sugen, un alumno de Zen, asumió un tremendo compromiso: imprimir siete mil ejemplares de los libros sagrados, que hasta entonces sólo podían conseguirse en chino.
Viajó a lo largo y ancho de Japón recaudando fondos para su proyecto. Algunas personas adineradas le dieron hasta cien monedas de oro, pero el grueso de la recaudación lo constituían las pequeñas aportaciones de los campesinos. Y Tet-sugen expresaba a todos el mismo agradecimiento, prescindiendo de la suma que le dieran.
Al cabo de diez largos años viajando de aquí para allá, consiguió recaudar lo necesario para su proyecto. Justamente entonces se desbordó el río Uji, dejando en la miseria a miles de personas. Entonces Tet-sugen empleó todo el dinero que había recaudado en ayudar a aquellas pobres gentes.
Luego comenzó de nuevo a recolectar fondos. Y otra vez pasaron varios años hasta que consiguió la suma necesaria. Entonces se desató una epidemia en el país, y Tet-sugen volvió a gastar todo el dinero en ayudar a los enfermos, salvándolos de la muerte.
Una vez más, volvió a empezar de cero y, por fin, al cabo de veinte años, su sueño se vio hecho realidad.
Las planchas con que se imprimió aquella primera edición de los libros sagrados se exhiben actualmente en el monasterio Obaku, de Kyoto.
Los japoneses cuentan a sus hijos que Tet-sugen sacó, en total, tres ediciones de los libros sagrados, pero que las dos primeras son invisibles y muy superiores a la tercera.
Cuento zen