Un Maestro estaba comiendo melón y le ofreció a su discípulo.
¿Qué?, está bueno?
¿Cómo lo encuentras de sabor?
¡Está exquisito, Maestro! respondió el discípulo.
¿Qué es lo que está exquisito, el melón o la lengua? preguntó el Maestro.
El discípulo se estrujó el cerebro y extrajo de allí al fin la siguiente confusa respuesta:
El sabor del melón, puramente hablando, no existe, sino que lo percibimos en tanto que sabor debido a la interdepencia entre la lengua y el melón, y no sólo de estos dos, sino que también....
¡Imbécil, más que imbécil! le dijo el Maestro montando en cólera.
¿A qué viene complicarse el espíritu de esa manera?
¡El melón está exquisito! ¡Eso es todo!