Todos somos arqueros de la voluntad Divina. Por lo tanto, es indispensable conocer los instrumentos que tenemos a nuestra disposición.
El arco El arco es la vida: de él viene toda la energía. La flecha un día partirá. El blanco está lejos. Pero tu vida siempre permanecerá junto a ti, y hay que saber cuidarla. Necesitas periodos de inacción; un arco que está siempre armado, en estado de tensión, pierde su potencia. Por lo tanto, acepta el reposo para recuperar tu firmeza. Así, cuando estires la cuerda, tu fuerza estará intacta. El arco no tiene conciencia: es una prolongación de la mano y el deseo del arquero. Sirve para matar o para meditar. Por ello, debes ser siempre claro en tus intenciones. Un arco tiene flexibilidad, pero también tiene un límite. Un esfuerzo más allá de su capacidad lo romperá, o dejará exhausta la mano que lo sostiene. Del mismo modo, no exijas de tu cuerpo más de lo que te pueda dar. Y recuerda que un día llegará la vejez, y eso es una bendición, no una maldición. Para mantener el arco abierto con elegancia, haz que cada parte dé de sí sólo lo necesario, y no disperses tus energías. Así podrás disparar muchas flechas sin cansarte.
La flecha La flecha es tu intención. Es lo que une la fuerza del arco con el centro del blanco. La intención del ser humano tiene que ser cristalina, recta, bien equilibrada. Una vez que la flecha parta, no volverá. Por lo que, si los movimientos que te han llevado a través del proceso no han sido precisos y correctos, es mejor interrumpirlo y no actuar precipitadamente sólo porque el arco ya está tenso y el blanco espera. Pero nunca dejes de manifestar tu intención si lo único que te detiene es el miedo a errar. Si hiciste los movimientos correctos, da los pasos necesarios y acepta el reto, abre la mano y suelta la cuerda,. Aunque no des en el blanco, sabrás afinar la puntería la próxima vez. Si no te arriesgas, nunca sabrás qué cambios eran necesarios.
El blanco El blanco es el objetivo que hay que alcanzar. Lo escogiste tú. En eso reside la belleza del camino: no puedes nunca disculparte diciendo que el adversario era más fuerte, pues fuiste tú quien escogió el blanco, y tuya es la responsabilidad. Si ves en el blanco a un enemigo, puede que aciertes el tiro, pero no te mejorarás en nada a ti mismo. Te pasarás la vida simplemente intentando colocar una flecha en el centro de una cosa de papel o madera, algo completamente inútil. Y cuando estés con otras personas, te quejarás de que nunca hiciste nada interesante. Por eso, tienes que escoger tu objetivo, dar lo mejor de ti para alcanzarlo, tratándolo con respeto y dignidad: tienes que saber qué significa y cuánto esfuerzo, entrenamiento e intuición te ha exigido. Al mirar al blanco, no te concentres en él; mira todo lo que sucede a tu alrededor, porque la flecha, al ser disparada, se encontrará con factores con los que no has contado, como el viento, el peso, la distancia. El objetivo sólo existe en la medida en que un hombre es capaz de soñar con alcanzarlo. Lo que justifica su existencia es el deseo, sin el cual sería una cosa muerta, un sueño distante, una fantasía. Así, del mismo modo que la intención busca su objetivo, el objetivo también busca la intención del hombre, pues es él quien da sentido a su existencia: ya no es sólo una idea, sino el centro del mundo de un arquero.
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