¿Has conocido alguna madre que no sea
dictadora? Si la respuesta es sí , entonces no conoces a la madre sino
a la abuela. Toda madre es una dictadora. “¡¿Ya se bañaron?!”… “¡No
peleen!”… “¡¿Ya comieron!?”… “¡No corran!”… “¡No toquen eso!”…
“¡Bájense de ahí!!”… “¡Cállense!”… “¡No me hagas molestar!”… “¡Hmmm!”.
Toda madre es una dictadora… con amor, ¡por supuesto!, pero dictadora
al fin.
Toda madre es una dictadora con los hijos, con los animales que son
más sumisos y con todos los demás que se dejen manipular. Como todo
dictador. Por eso no es raro que los hijos alguna vez piensen en esta
frase: “Madre sólo hay una… ¿quién aguanta dos?”. O en esta otra:
“Madre sólo hay una… ¡y tenía que tocarme a mí!”.
Durante mucho tiempo, mi mamá tuvo muchas jaulas con muchos pájaros
enjaulados. Es lindo tener a los demás encerrados, cuando uno no valora
la libertad para sí mismo. Porque todo esclavista es un esclavo. Todo
el que pega recibe los mismos golpes que da; y en el mismo sitio. Si tú
me pegas en mi cara con tu puño, yo te pego en tu puño con mi cara. Tus
puños hacen daño, y mi cara pega duro. Todo esclavista es un esclavo.
Desde mi niñez hasta ya entrada mi adultez me gustaban los pájaros
enjaulados. Es decir, cuando el enjaulado era yo. Ver los pájaros
detrás de unos alambres me producía una satisfacción morbosa. Pero
cuando fui sintiendo la satisfacción que da la libertad, lo mismo quise
para los pájaros. Pero, ¿quién se enfrentaba a mi mamá?
Un día, tímidamente le dije:
—¿Por qué no sueltas esos pájaros?
—¡¿Para qué?!… ¡¿Es que te estorban?! —me contestó socarronamente. Y
dejé las cosas así. Luego oí, que decía desde la cocina: “¡Esos pájaros
no me los toca nadie!… ¡Hmm!”.
¿Quién encierra a quién?
Pero, mi mamá estaba engañada —como todo dictador—. Mi mamá creía
que ella tenía a los pájaros enjaulados. Era el revés, ¡los pájaros la
tenían encerrada a ella! Como dice Cabral: “Pobrecito mi patrón, piensa
que el pobre soy yo”. Mi mamá no podía salir a ninguna parte, porque
tenía que “echarle comía a los pájaros”. Cada vez que la invitábamos
para la playa, o para algún otro sitio, decía: “¡Ay, no! Vayan ustedes.
Yo tengo que cuidar los pájaros”. Así era.
Si los pájaros se hubieran dado cuenta de la fuerza y el poder que
tenían; si los pájaros hubieran pensado que ellos eran los que tenían
encerrada a mi mamá, en lugar de ella a ellos, hubiesen negociado su
libertad.
Le hubiesen dicho: “Vete con tus hijos a la playa. Ábrenos las
puertas de las jaulas. No te preocupes por nuestra comida. Nosotros
sabemos en dónde hay. Es más, la comida que nosotros conseguimos es
mejor que la que tú nos das. Vete con tus hijos, se libre tú también.
Nos dejas la puerta abierta y cuando tú regreses, volveremos a las
jaulas”… ¡Yo te aviso!
Mi mamá estaba en otro engaño: creía que los pájaros la amaban.
Realmente mi mamá estaba engañada —como todo dictador—. La creencia del
amor de los pájaros se afianzaba porque, cada vez que ella se acercaba
a las jaulas, éstos revoloteaban de contentos. Lo cierto es que los
pájaros no amaban a mi mamá. ¿Qué esclavo puede amar a su tirano? Los
pájaros a quien amaban era a la comida que mi mamá les llevaba, no a
ella.
Creer que los que yo maltrato me aman, es un engaño. Todo tirano es
un engañado. Nadie lo engaña, él se engaña solo. Como todo dictador.
Cuando mi mamá regresó de la playa tuvo que conformarse con una
jaula vacía. Pero, así comenzó el ascenso a su propia libertad. Hoy mi
mamá es libre porque los pájaros son libres. Sin apegos y sin enjaular
a nadie. A mi mamá le costó darse cuenta que los pájaros nunca la
amaron, sólo comían de ella. Pero a un pájaro no le llena un pedazo de
pan, sino las semillas que están en el campo abierto con sabor a
libertad.
Los pájaros nunca más volvieron a la jaula. Porque nunca amaron a mi mamá. Es más ninguno votó por ella.
La libertad es más sabrosa que un pedazo de pan. Porque con libertad
consigues tu pan, pero con un pan facilitado caes en la esclavitud.
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