SE LLAMABA JUANCITO
Juancito. Tu historia de niño solo, de niño horriblemente solo y desvalido se me clavó en el pecho.
Chiquillo de la calle, hijo un poco de todos... de todos nosotros, que no te supimos reconocer como hijo. Chiquillo hambriento, chiquillo acurrucado en el vientre del frío... chiquillo-grito-culpa-remordimiento-barro.
Niño sin juguetes, sin manta ni apellido. Niño sin caricias, amasado de dolor, de miedo y pan amargo.
Cuando escapaste del asilo y el camión que doblaba la esquina te cortó las alitas de libertad (tu único tesoro) y te dejó tendido, de silencio y de nieve, no te mató solamente a vos, Juancito... mató todo lo que te negamos: los trencitos, el barrilete en el viento del domingo, la manzana, el abeto de Navidad, los zapatitos nuevos, la sopa caliente, el abrazo materno, la cucharada de remedio, una canción rimada con música de ronda.
Ni siquiera eso tuviste, ni siquiera la oportunidad de tener algo alguna vez.
Juancito...
Con tu muerte, también murió una sentencia judicial que te condenaba a la cárcel por robo, por homicidio, a los quince, a los veinte o a los treinta años.
Murieron los comentarios despiadados: “Es un reo, un tipo sin conciencia... ¿cómo puede andar suelto un hombre así? Es un peligro para la sociedad”.
Con vos murió un jefe de pandilla, un terror, un cuchillo, un revólver, una siniestra
carcajada en medio del callejón oscuro de la noche.
Y tenías apenas ocho años...
Y carita de hombre.
Manitos arrugadas de viejo.
Y mirada llena de interrogantes, impiedad y acusaciones.
No me miraste nunca, pero siento como lo hubieras hecho.
Estoy avergonzada, descubierta en falta, triste... Muevo las manos en el aire para acariciarte, para dejarte la blandura de mi amor en tu carne morena y áspera... y solamente me encuentro con el inmenso vacío que dejaste.
Eras chiquito, esmirriado, enjuto... pero ocupabas mucho lugar en este mundo: todo el lugar reservado a la indiferencia, a la nada, al cruzarse los brazos, al lamento insustancial e impotente con que tratamos de justificar lo que no hacemos por los otros.
Poldy Bird
De su libro: "Romper las cadenas"