No me siento infeliz, sino triste, y lo acepto y sigo adelante, dispuesto a dar la batalla por mi felicidad. Y soy feliz y me siento satisfecho por la hospitalidad con la cual me reciben en todos lados, porque hoy mismo un “gringo” de esos que mientan repelentes salió del banco para mostrarme el camino para que no me perdiera, y llegara a salvo a mi destino apenas a cuatro puertas de lejanía. No podrá aflorar mi buen humor habitual porque estoy triste, y porque mi dolor recóndito me hace hipar y deplorar lo que ocurre, y se obscuro el camino por delante, pero presiento que no está lejos el refulgente brillar de la esperanza en mi Dios de siempre, que nunca me abandona, ni a los míos.
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