Cuentan que en los años en que llegaron los conquistadores al río Paraná vivía en una tribu guaraní una niña de rasgos toscos y de belleza curtida que se llamaba Anahí. Amaba a su tierra y solía cautivar con melodiosa voz a los habitantes de la tribu durante las tardecitas de verano, cuando entonaba cantos de alabanzas a los dioses o a las bellezas de la tierra. Aquellos que tienen el privilegio de la voz bella y le regalan su don a los que están cerca suyo, son almas que ganan un poquito de cielo para la otra vida.
Eran los tiempos felices que se anteponían a las crueldades y saqueos en los que se vio envuelto el continente con la llegada de los invasores.
El día que los conquistadores llegaron a la tribu de Anahí, lo hicieron a fuerza de golpe y espada. Los que sobrevivieron al ataque fueron esclavizados y obligados a trabajar para el invasor. Anahí no fue la excepción. Sobrevinieron días de desconcierto, de temor y de tristeza.
Un día el centinela que custodiaba a los esclavos se quedó profundamente dormido, y la niña pudo escabullirse entre las rejas y huir. Pero el hombre se despertó y alcanzó a ver como la ésta huía. Rápidamente fue en su busca, pero al alcanzarla, Anahí lo hirió con un puñal y pudo zafar de los brazos del hombre para continuar con su huida.
El resto de los invasores no tardaron en buscar a la niña que se internó en los bosques. Pero no pudo escapar y finalmente fue atrapada. Los conquistadores, furiosos, ataron a la niña a un palo, le echaron paja y maderas y le prendieron fuego.
Pero algo inusual pasó. Las llamas del fuego parecían evitar tocar a la niña que callaba temerosa. Los hombres miraban enfurecidos y decidieron echar aún más leña al fuego, pero las llamas, cada vez más grandes, continuaban evitando tocar a Anahí. Y fueron creciendo a su alrededor, pero dejaron de ser fuego y se convirtieron junto con la niña en madera y en ramas, y en hojas, y en flores. Flores rojas como el fuego.
La naturaleza decidió no matar a la niña que con tanto amor cantaba las bellezas de la tierra. Y la convirtió en árbol para hacerla inmortal. Así fue que nació el primer árbol de ceibo en el mundo.
Hoy el ceibo es la flor nacional de la República Argentina y de la República Oriental del Uruguay, y es una de las flores más representativas del sur americano. Y además de árbol, es todo un símbolo.
Símbolo de una herida que aún hoy no se termina de cerrar.
(DE LA WEB)