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General: LA LEYENDA DE UMIKO LA HIJA DEL MAR
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: UTOPIA  (Mensaje original) Enviado: 09/10/2009 22:32
LA LEYENDA DE UMIKO, LA HIJA DEL MAR

 


  Hace mucho, mucho tiempo, vivía en el fondo del mar del Japón una sirena llamada  Amara, la
  esposa del genio del mar. Amara solía subir a la superficie de las aguas y allí tenderse en
  alguna roca desde la que pudiera contemplar la ciudad, a lo lejos. Le gustaba especialmente
  hacer esto de noche, cuando las luces de la ciudad casi eclipsaban a las estrellas del cie-
  lo. Envidiaba a los habitantes de la ciudad que tenían siempre esa luz que no se encontraba
  en el fondo del mar, y que además podían sentir en sus rostros  el viento, el sol, la  nie-
  ve... cosas que a ella le estaban vetadas.  Así, decidió que si ella  tenía una hija, no le
  privaría de esas sensaciones que ella se había perdido.
  Poco tiempo después, este pensamiento se hizo realidad, y la sirena  Amara fue madre de una
  pequeña y hermosa criatura.  Y con gran dolor de su corazón, pero sintiéndose  a la vez sa-
  tisfecha por brindarle esa oportunidad a su hija, la trasladó a una montaña que había cerca
  de la ciudad, en la que se alzaba un templo. Y allí la dejó, en las escalinatas del templo,
  besándola con uno de esos besos que sólo dan las sirenas y los seres mágicos, que  crean un
  aura de protección.
  Abajo, en el pueblo, vivía un matrimonio que dedicaba su vida a la elaboración de velas que
  luego los peregrinos llevarían al templo.  Como fuera que su pequeño negocio iba  muy bien,
  decidieron ir ellos  mismos al templo ese día a  agradecerle a su dios los  bienes que  les
  había dado. Así, cogieron dos velas y se dirigieron hacia el templo, donde  hicieron su  o-
  frenda.
  A la vuelta, cuál no sería su  sorpresa cuando bajando por las  escaleras, creyeron oír  un
  llanto débil.  Buscando el origen del sonido, no tardaron en encontrar a la pequeña  recién
  nacida, y movidos por la compasión y la responsabilidad, la recogieron.  Cuando le quitaron
  las mantillas que la envolvían, descubrieron asombrados que no era como las otras niñas: la
  mitad inferior de su cuerpo era como la cola de  un pez, recubierto de escamas  brillantes;
  era una sirena. Así pues, la llamaron Umiko, que quiere decir "la hija del mar".
  Pasó el tiempo, al niña creció y llegó a hacerse  una mujer de extraordinaria  belleza.  Su
  piel era suave como el melocotón, tersa, y sus ojos despedían un fulgor único que recordaba
  al de las esmeraldas. Su cabello largo parecía ser amigo del viento, pues ambos jugueteaban
  constantemente, y en fin, Umiko despertaba pasiones entre todo el  que la observaba.  Ella,
  humilde, se sentía incómoda por el efecto que causaba en los otros, con lo que les  pidió a
  sus padres adoptivos ser quien fabricara las velas que ellos venderían, porque así no  ten-
  dría más contacto con los demás que el estrictamente necesario. Y así pasó ella a encargar-
  se de esta tarea, añadiendo además a las velas que hacía hermosos dibujos de pájaros y flo-
  res y sobre todo, paisajes  marinos que de algún modo le  venían a la mente.  El número  de
  compradores aumentaba sin cesar y además se extendió el rumor de que esas velas eran efica-
  ces talismanes si uno quería emprender un viaje en barco.
  Un día apareció en la tienda un mercader que pidió ver a la creadora de las velas que  com-
  praba. Al ver a Umiko, pensó que  sería un gran negocio exponerla al  público y quiso  com-
  prársela al matrimonio.  Al principio ellos se indignaron, pero tal fue la  insistencia del
  mercader que al final se la vendieron por una fuerte suma de dinero. Cuando Umiko se enteró
  les suplicó que  cambiasen de idea, pero  de nada sirvieron sus  lamentos; el trato  estaba
  cerrado.
  Por la noche le pareció oír una voz que la llamaba, como si el mar repitiera su nombre pero
  nada vió. Pasó la noche pintando su última vela. A la mañana siguiente había un carro  pre-
  parado con barrotes para llevársela hasta el puerto, donde tomarían un barco que les lleva-
  ría al continente.  Partieron, y en la casa  quedó el matrimonio  intranquilo, presintiendo
  que habían actuado mal y que ahora un peligro se cernía sobre ellos.
  Llamaron a la puerta, abrieron y  apareció una mujer vestida de  blanco que quería  comprar
  una vela. Dándole a elegir, ella escogió precisamente esa última vela que Umiko había  pin-
  tado la noche anterior. Echándoles una última mirada, no sabría decir si rabiosa o  despre-
  ciativa, pagó y se fue al templo, en cuya escalinata dejó la vela encendida.
  La vela brilló con una luz inusualmente fuerte, inusualmente viva.  Enseguida, una horrible
  tempestad empezó a azotar la costa. El barco en el que viajaban Umiko y el mercader intentó
  en vano volver al puerto, pero una enorme ola lo precipitó al  fondo del mar.  Mientras  el
  barco se  hundía, la última imagen que vió el  mercader, que creyó  estar delirando por  la
  cercanía de la muerte, fue la de  una mujer de blanco, con  cola de pez, que  se llevaba  a
  Umiko de la mano. Era Amara rescatando a su hija.
  Tras la tempestad, el pueblo quedó borrado del mapa, resistiendo sólo el templo y su  esca-
  linata. Y no hace mucho aún se vendían en algunos pueblos japoneses unas velas pintadas que
  recordaban mucho a las que pintara Umiko, la hija del mar, y que los marineros seguían  en-
  cendiendo antes de emprender cada travesía...

 

D/A



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: LAGRIMAS DEL SOL Enviado: 10/10/2009 17:34
gracias  precioso mensaje


 
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