La autenticidad, la mejor versión de
ti mismo
Cuando
decimos que alguien es auténtico señalamos que en él encontramos a una persona
genuina, que no busca aparentar algo diferente a lo que es, que no tiene miedos
en presentarse como es. A veces podemos confundir la autenticidad con el descaro
o con una sinceridad mal entendida y bastante despreocupada de lo que piensen y
digan los demás frente a las propias acciones, palabras o maneras de pensar. Es
cierto que la autenticidad implica “ser como uno es”, pero no de cualquier
manera.
Ser una persona auténtica no es sólo “ser como soy” –y que los
demás me aguanten porque “así soy”–, sino ser lo mejor que yo puedo ser. Esto no
es fingimiento, ni hipocresía; todo lo contrario: es fidelidad a la propia
identidad, coherencia profunda con uno mismo y verdadero amor a lo que uno es
como persona única e irrepetible. Cuando buscamos elevar nuestra situación,
nuestra manera de ser, estamos actuando de acuerdo con nuestra naturaleza, que
tiende siempre hacia lo mejor. El hombre no es un ser “ya hecho” del todo, puede
perfeccionarse cada vez más por medio del ejercicio de su inteligencia y
voluntad. Al alcanzar ese estado superior, o mejor, mientras estamos en la lucha
por conseguirlo, seguimos siendo nosotros mismos. No estamos actuando ni
representando un papel que no nos corresponde.
Un
ejemplo sencillo puede ayudarnos a entender con más claridad lo dicho: La
mayoría de los coches van mejorando su modelo año con año. En ocasiones los
cambios pueden ser pequeños, como el cambio de los acabados internos, el color y
la calidad de la tapicería. Otras veces, pueden ser más sustanciales:
se amplía el espacio de la cabina, se instala un navegador vía satélite, se
optimizan los frenos, la suspensión y el motor y la carrocería luce un diseño
más fino y elegante. ¿Es el mismo auto? Sí, pero mejor.
Ya
hemos hablado, aunque de modo tangencial, de que ser auténtico requiere un
esfuerzo por dar lo mejor de lo que uno es. Es importante resaltar que no
debemos preocuparnos por imitar o copiar las actitudes, la personalidad o la
forma de ser de los demás. Hay quien actúa como otras personas no porque desee
ser mejor él mismo, sino porque no quiere ser como es. Quiere ser algo diferente
de lo que es, ser igual o semejante a otra persona a la que admira; pero nunca
lo conseguirá, precisamente porque son diferentes. Y aquí diferente no quiere
significar de suyo “mejor” o “peor”. Claro que una persona puede ser mejor que
otra, pero la diferencia no estará en su personalidad sino en aquello que ha
hecho con la misma y con el resto de sus cualidades y limitaciones.
Para
ser auténtico, la primera regla es ser uno mismo. Podemos aprovechar el ejemplo
de algunas personas como inspiración y como estímulo, pero no esperemos llegar a
ser exactamente como ellas, ni perdamos el tiempo en intentarlo. Decía Giacomo
Leopardi: “Las personas no son ridículas sino cuando quieren parecer o ser lo
que no son”. Si la “piratería” en el campo del mercado es nefasta, en el campo
de la personalidad es todavía más funesta.
¿Cómo
podemos trabajar para conseguir una personalidad auténtica? Junto a la primera
regla que ya hemos enunciado es muy necesario un conocimiento personal claro,
sereno y objetivo. Este conocimiento debe abarcar nuestro pasado, nuestro
presente y, en cierta medida, nuestro futuro entendiendo por éste el objetivo o
meta que nos hemos fijado en la vida. Si no nos conocemos, no
sabremos con qué “material” contamos –puntos positivos y negativos– para
realizar nuestra personalidad.
Otro punto importante es mantener una
coherencia a rajatabla con aquello que sabemos que es bueno y correcto:
fidelidad a nuestros valores más íntimos. Es éste un aspecto no fácil de la
vida, pero es el que en definitiva nos hace ser mejores o peores. No es que
somos aquello que hacemos, pero nuestras acciones son un reflejo de lo que
somos. En cierto sentido, el adagio de los escolásticos “agere sequitur esse”
(el actuar sigue al ser) puede aplicarse perfectamente a lo que tratamos. Pero
también es verdad que nuestras acciones modifican lo que somos, para bien o para
mal: lo que hacemos dice mucho más de lo que hablamos o de lo que buscamos
transmitir.
También
es preciso preguntarse por qué quiero cambiar –por qué deseo ser auténtico– y si
quiero realmente superarme a pesar de todas las dificultades. El solo “querer
ser mejor” no basta. Hay que estar convencidos de que la autenticidad es un bien
para nosotros porque es la verdad y no el fingimiento ni la medianía la que hace
feliz al hombre. Será esto lo que nos mantendrá firmes en la tarea por no negar
lo que somos, por afirmarnos a nosotros mismos.
Una
vez definido quiénes somos, cómo debemos ser y si lo queremos con fuerza o no,
no queda más que esforzarse día con día, en cada acción, grande o pequeña, por
ser un constante “sí” (Cf. 1 Co 1, 19). Puede haber caídas, que son sólo una
oportunidad para levantarse. El hombre auténtico es el que busca decir “sí”, con
fe y con amor, a ese proyecto que es él mismo. El oro no lo es porque lo
parezca, sino porque lo es en verdad.
Vicente
D. Yanes, L.C.