Un golpe sofocante,
una oleada ardiente recorre los sentidos,
un animal cautivo aúlla, gime.
La tierra está más próxima
y reclama en el surco la semilla.
El primitivo impulso creador, visceral,
enloquece el cerebro.
Pájaros ciegos trinan y aletean
ahogándose en relámpagos de sangre.
Se enardecen las cumbres
con ráfagas intensas de pasión.
Como un ancho desierto ávido de humedad,
lleva el cuerpo su arena hacia las playas,
roja ansiedad febril hace crecer las dunas,
lenguas de fuego abrasan los rincones
y las aristas frágiles.
La carne temblorosa es clamor lúbrico
por el tacto y el beso, la extenuación y el éxtasis,
con el grito bestial de la materia.
La salvaje oleada de placer,
bajo educadas túnicas, estremece en sus límites
la desnudez rebelde.
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