Segunda oportunidad
Frío
Ciertamente no tan frío como es usual en esta parte de Alemania a finales de Diciembre, pero no solo ahora, no solo porque era una tarde lluviosa. Sentía como todo el año había sido frío. Apretándose su chaqueta contra su espalda, el hombre caminaba vigorosamente hacia la siguiente marquesina, el siguiente refugio contra la fría de lluvia de Diciembre. No podía recordar la ultima vez que había llovido en la Nochebuena. Este no será un año a recordar había pensado con desagrado. Le parecía una eternidad cuando el no sufría la falta de dinero, de comida para su familia, de su futuro. La verdad era, que solo había estado desempleado durante un año, pero le parecía mucho más. Era casi divertido pensar lo frágil que puede ser la seguridad, pensó mientras echaba una ojeada a la acera, llena de gente comprando los regalos de Navidad. La melodía de un viejo villancico sonaba a lo lejos, intentó recordar la letra, pero no le venía a la cabeza. Contemplaba a la gente guarecerse de la lluvia debajo de las marquesinas y en las entradas de los garajes. Las luces de las tiendas bailaban sobre la acera húmeda, dando a la calle un centelleo irreal. Sí, era Navidad. Con un temblor para amortiguar el frío, se puso en camino nuevamente.
Por enésima vez, rebusco en su bolsillo, sintiendo los 15 Marcos escondidos allí. ¡Quince marcos!. ¡Eso era todo lo que disponían para estas Navidades!. Unos exiguos 15 Marcos para comprar algo a su hija de doce años, a su hijo de dos años y a su mujer.
Ella había sido una campeona, diciéndole que no se preocupase por ella, si no que gastase hasta el ultimo céntimo con los niños. No obstante, con cada ventana que pasaba, con cada etiqueta en la que se fijaba, su corazón se hundía, y el tristemente caminaba. Sí, esta iba a ser una fría y larga noche.
Fué después de las cinco de la tarde cuando las calles comenzaron a quedarse vacías, y los rezagados y perezosos se iban a casa con sus vistosos regalos de ultimo minuto. A él no le importaba quedarse solo en la calle. De hecho se alegraba de la soledad. Durante el ultimo año, había tirado de su familia y amigos, le parecía que ellos habían pasado poco tiempo con él, mientras el trabajaba horas y horas en trabajos ocasionales. Cuando llegaba a casa, se sentía avergonzado para mirar a su mujer e hijos a los ojos. La televisión había reemplazado a la conversación, y solo en sus distracciones él sentía que podía apartar sus sufrimientos, durante unas pocas horas.
Cerca de él, las luces de las tiendas se apagaron sorprendiéndole, miro su reloj. Las 6 en punto. Las tiendas estarían cerrando. Dentro de poco no saldría ninguna luz del interior de las tiendas, cuando los propietarios salgan, las cierren a toda prisa y corran entre la lluvia hacia sus casas. Nuevamente solo, el hombre continuaba su camino a través de las aceras. Según avanzaba en su camino las luces de las tiendas y escaparates se iban apagando. No le importaba, la tienda de revistas y tabaco en la Estación de tren, cerraba tarde. Una revista de deportes para su hijo, quizá una de quinceañeros para su niña, seguramente podría pillar algo para su mujer. Que diablo, se tomaría una taza de café caliente. No eran precisamente los regalos de Navidad que hubiesen esperado con ilusión. La intensidad de la lluvia estaba disminuyendo, aun, otros veinte minutos y estaría en la estación, él acelero su paso.
Las calles estaban completamente desiertas, giro en la esquina y encaró la Bahnhoff strasse (calle de la estación). Hacía ya tiempo que las tiendas estaban cerradas, las persianas desenrolladas cerraban los escaparates. El hombre se paro brevemente en una intersección, venia el autobús, desierto, excepto el conductor, paso por delante de él con una humareda de motor diesel, haciendo dibujos en el aire frío. Delante él vio una luz reflejándose en la calzada, proveniente del escaparate de una tienda que aún lucia. Quizás estaría abierta todavía y él podría secarse y calentarse durante unos minutos en su interior.
Según se acercaba a la tienda, el hombre se dio cuenta que esta no era si no la tienda de juguetes, donde el y sus hijos habían pasado tiempos más felices. Sus ojos se abrieron según se acercaba, Una gran maqueta de trenes había sido construida en el escaparate, una maqueta montañosa con altos picos, valles profundos y peligrosos puentes cruzando gargantas profundas. Los trenes salían de los túneles para cruzar sobre los puentes, entonces desaparecían en la siguiente montaña, solo para reaparecer después de un tiempo por otro portal. El se quedó parado de pie, hipnotizado, contemplando a los trenes correr. Un ICE corto y un tren de contenedores se cruzaban en un puente muy alto, mientras abajo, en el valle, un tren local de pasajeros remolcado por una pequeña locomotora a vapor pasaba alrededor de una feria, completa, con su tiovivo, coches de choque, noria, otras atracciones y sus luces, hasta se adivinaba el sonido. En las elevaciones mas altas se había puesto nieve, y la góndola de un funicular, hacía su trabajo, yendo arriba y debajo de la montaña. Un tren suizo aparecía, paraba brevemente en una estación, y desaparecía en el siguiente túnel.
El hombre recordó cálidamente su niñez, cuando los trenes estaban puestos alrededor del árbol de Navidad, y por toda la habitación, cuando sus padres y sus dos hermanos se divertían jugando durante horas con los trenes. A veces los cambiaban, rodando trenes de mercancías o pasajeros, bramando a través de la estación, o parándoles suavemente. Entonces ellos, separaban unas secciones de vía, recolocaban las otras y construían una nueva y excitante ruta para sus trenes. ¡Esos trenes de Navidad, realmente habían sido algo importante!
Unos años antes él había reconsiderado, continuar con este hobby de los trenes, pero no lo había hecho todavía. Parecía que siempre había algo más importante que hacer con ese dinero de más, un nuevo Vídeo, unos juegos de ordenador nuevos. Esos recuerdos de los juegos con los trenes, permanecían tan vívidos, tan reconfortantes. Una locomotora de maniobras azul apareció en la maqueta, muy similar, a una que tuvo su hermano, hace, muchos, muchos años. El se rió entre dientes, recordando “la carrera” que su hermano y él habían representado en un tablero encima de la mesa, cuando la locomotora azul de su hermano había saltado hacia el suelo al salirse de una curva. Su padre los había regañado merecidamente cuando encontró a la locomotora con sus barandillas dobladas, y fuera de su sitio, y la carcasa astillada y llena de rozaduras.
Inconscientemente, el hombre comenzó a hacer sonidos de chuf-chuf, contemplando a los trenes, viendo como un largo mercancías subía trabajosamente a una montaña remolcado por una loco de vapor. Woo Woo, imitando el sonido del silbato según entraba en un túnel. Durante un momento su corazón se sintió ligero, sus problemas no tan insoportables, y por un segundo, la calidez de la Navidad llenaba su cuerpo
Algo se movió por la esquina del ojo, y cuando se giró se sorprendió, un hombre viejo había aparecido junto a él en la ventana.
“Bonitos trenes, ¿a qué sí?”, el hombre mayor comento, “¿Le gusta la forma en que he decorado el escaparate este año?
El hombre, de repente calmado y seguro de sí mismo, “sí, es sorprendente, yo solía tener algunos trenes como esos, también, desearía haberlos conservado”
El hombre mayor se presentó a sí mismo como Gerhard, el propietario de la tienda. Sus ojos brillaban con la alegría de un niño, según hablaba de sus amados trenes.
"¿Por qué no empieza con una colección?", Gerhard ofreció, y entrando en la tienda reapareció con una gran caja de cartón en sus brazos. “Yo tengo una colección privada aquí, y estaba planeando venderla, ¿Interesado?”
El hombre frunció el ceño. “Lo siento, yo no….”
El hombre viejo insistió. “esta todo muy bien conservado. Los trenes están usados pero funcionan perfectamente. Hay montones de vías y un par de transformadores. Yo se lo doy por un precio razonable, ¿digamos 300 Marcos?”
El hombre dejó caer su cabeza. “No, gracias, yo…. Estoy pensando… tengo que irme”
Sin decir palabra, el hombre giro y encaro calle abajo la estación, la cabeza baja, y las manos en los bolsillos. Un tren salía de la estación, ahora, solo a unos 30 metros adelante. El chirrido de los frenos hacia eco en las calles vacías. Fue entonces cuando algo delicado rozó las mejillas del hombre. Él levantó la vista para descubrir que en vez de lluvia, largos y brillantes copos de nieve estaban cayendo sin rumbo fijo desde el cielo. En un instante la lluvia se había convertido en nieve. Los grandes copos, flotaban gentilmente sobre los negros, y resplandecientes adoquines debajo de sus pies y desaparecían fundidos en un instante. Amedrentado por esta visión, el hombre comenzó a caminar hacia la estación nuevamente, cuando de repente tropezó y casi cayó sobre una caja de cartón que había en la acera. Al instante él reconoció la caja que Gerhard le había ofrecido. Precipitadamente cogió la caja, gruñendo bajo su peso y maravillándose de la facilidad con que Gerhard había llegado hasta allí antes que él. El hombre aligero retrocediendo la calle de la estación hacia la tienda de juguetes. Cuando llegó, unos minutos mas tarde, los cierres se habían bajado delante del escaparate y las luces estaban apagadas. Apoyo la caja en el suelo, subió los escalones de la entrada y toco el timbre. Una mujer apareció unos segundos más tarde.
“Si, ¿en qué puedo ayudarle?
“Sí, está el propietario, …eh, el Sr. Gerhard ¿puede salir?
“¿Gerhard…?, ¿Gerhard Struble?
“Sí eso creo, el propietario de la tienda de juguetes”
La mujer frunció el entrecejo, y dijo: “El Sr. Struble y su mujer se fueron hace tres años, hace ya dos años que no venden juguetes"
Fue ahora el hombre quien se quedó serio diciendo “¿quizás su hijo…?”
“Los Sres. Struble no tenían hijos, lo siento, no quisiera parecer maleducada pero es tarde y estamos a punto de cenar”
La cara de asombre del hombre permanecía en su rostro, “por supuesto, siento haberles molestado"
La puerta se cerro, y el hombre dio la vuelta a la caja, en la calle. Él miró alrededor, en la Bahnhofstrasse, estaba solo. Aun asombrado, miro la caja. Una solapa se había abierto, y el hombre vio como un montón de papel taponaba la caja y mantenía en su sitio el resto del contenido. Algo azul asomaba entre el envoltorio. Curioso, él cogió el papel y lo desenvolvió. Su corazón comenzó a retumbar, y sus ojos se abrían sin creer en lo que veían. Allí, colocada en sus manos, estaba una pequeña locomotora azul, con las barandillas dobladas, la carrocería astillada y rozada.
+++ Pasaría otra hora antes de que el hombre llegase a su casa con su tesoro de trenes. Pasarían días antes que su mujer le preguntase como vino con tan estupendo regalo de Navidad. Después de un mes de intentar entender que había ocurrido en aquella fría Nochebuena el hombre se dio cuenta que algunas cosas no hay que intentar entenderlas.
Años mas tarde. Con sus hijos crecidos, sus nietos vendrían a casa, y jugarían con esos mismos trenes, por supuesto alrededor del árbol de Navidad. Y si una pequeña locomotora azul se le ocurriese ir demasiado rápido y volar en la curva, la gentil regañina del Abuelo serviría como recordatorio de que, con bondad y generosidad algunas cosas son realmente eternas.
Historia original de Carsten Ramcke
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