Hacia un calor insoportable, se hallaba en un país desconocido luchando por una causa que no entendía bien. Solo obedecía órdenes, quería pensar que era por el bien de su patria, que aquellos muertos, niños y mujeres incluidos, aquellos sueños destrozados por metrallas eran justificados.
Vio un niño parado frente al cuerpo de su madre tendida
Unos metros de allí un capitán, envuelto en su fanfarria patriota, daba ordenes al fotógrafo del pelotón para que le hiciera una foto dándole unos caramelos a unos niños aterrados, huérfanos por sus amas. Fue en ese momento y de un modo repentino cuando una fuerte explosión, alcahuete de la muerte, destrono el tenso silencio que reinaba, el polvo se mezclo con sangre y los gritos en miradas de terror. Nuestro soldado cayo al suelo con el pecho destrozado, dos compañeros le arrastraron como pudo en medio de la confusión al campamento sanitario, los médicos se miraron negativamente le pusieron un calmante y dejaron que su vida se evaporase de todo. En la mente del soldado seria el rostro de aquel niño, pero esta vez era el niño quien ser acercaba a el con una sonrisa tocándole su frente sudorosa sentenciada por la ciencia. Y con ojos sorprendidos, ahora era él el asombrado, vio como la cara del niño se difuminaba, se transformaba en otros rasgos más finos, más suaves, sus ojos pasaron de negros a azules lentamente y su pelo se alargo cambiando también su color negro al rubio, la metamorfosis se habría producido como un dulce sueño, pero no lo era. El soldado sabia que aquella hermosa niña era real no un delirio de su mente, hasta distinguió en aquellos ojos la mirada de su esposa, la mujer que la esperaba en su casa con su inmenso amor. La compañera que le había entregado su vida sin quejas, resignada siempre a su destino como militar. La niña beso su rostro con sus ojitos llenos de lágrimas.
-Papá te quiero, soy Lucy, no te mueras por favor. Quiero vivir. Dame la esperanza de la vida.
Después aquella figura angelical se fue esfumándose lentamente mientras un sueño profundo invadió al soldado.
Meses después un general con su sonrisa oficial le imponía una medalla por su valentía en el combate. Al salir del despacho de su superior el soldado tiro la medalla a un cubo de basura y fue corriendo a su casa. Allí la mujer le abrazo y le beso con el corazón en los labios para decirle después “vamos al tener un hijo”. Él sonrió estrechándola más fuerte en sus brazos “lo sabía amor y va a ser una niña rubia preciosa” le contesto.
A los nueves meses nació Lucy justo cuando el soldado presentaba su baja del ejercito ante el general, esta vez era el general el que estaba serio mirándole como un apestado mientras que él sonreía sintiéndose liberado. Había escogido el camino de la esperanza.
Miguel Ángel