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Detrás de la puerta del espejo"
La tasca estaba llena, prácticamente no se podía ni entrar, pero Melisa logro hacerlo,: casi a empujones, abriéndose paso entre la gente. Era una chica guapa, de unos 24 años; donde llegaba, todos volteaban a verla, pero ella sólo tenía ojos para Gilberto, su novio desde hacía más de dos años. Se saludaron con un beso, él le ayudo a quitarse el abrigo y después le pidió una copita de vino.
Empezaron a hablar de la cena de Nochebuena, del intercambio de regalos en sus respectivos trabajos, del viaje que el tenía planeado el próximo otoño al exterior para sacar un Doctorado en la Universidad de Georgetown, ella no estaba de acuerdo con esto, pero él le había dicho que se quería casar con ella para llevársela y así no tener que separarse.
Aquella noche, Melisa no pudo dormir, se la pasó pensando en la proposición de Gilberto, no estaba segura si quería irse tan lejos, a un país extraño, de distintas costumbres, donde se hablaba un idioma que no entendía. Tampoco quería irse lejos de sus padres, de sus amigos y de su perro Onix.
Melisa decidió ir a pasarse unos días fuera de la ciudad, lejos del bullicio y lejos de todo. Se fue para la casa de campo en compañía de sus padres, pero sin Gilberto, para poder pensar bien en la decisión que iba a tomar. La casa estaba a tres horas de la ciudad, rodeada de montañas en un lugar precioso, al llegar, ya estaba anocheciendo, las luces de las casas y de los adornos navideños, la hacían ver como una imagen de postales. A Melisa le encantaba ir a su casa de campo, pasear por el pueblo, ver las tiendas, disfrutar del aquel mágico lugar en las montañas.
Al día siguiente, fue a dar una vuelta en el carro por el pueblo, cerca de la casa de sus padres, había una casa que siempre se veía deshabitada, decidió ir a preguntar si estaba en venta, a lo mejor algún conocido quisiera comprarla. Entró en aquella casa, estaba vacía, sin muebles, llena de polvo y con olor a humedad; no se veía gente por ningún lado, pero se oían ruidos y voces. Su corazón le empezó a latir más rápido, estaba temblando del miedo, iba a irse cuando de pronto, la puerta del espejo empezó a abrirse y de allí salió una mujer, de unos setenta años, desarreglada, despeinada y algo molesta por la intromisión de ella en su casa. Melisa se disculpo y salió corriendo de aquel lugar.
Por la nochecita, decidió ir a caminar un rato, hacía frío, pero se abrigaría bien, era una noche preciosa, de luna llena, podría ver bien el paisaje. Estaba todavía cerca de la casa, cuando oyó unos pasos detrás de ella, empezó a correr, pero una suave voz, le dijo: “No huyas, soy yo la señora de la casa donde estuviste hoy”. Melisa se detuvo, al ver de cerca a la señora, ya no le tuvo miedo, le pareció una mujer dulce, que había sufrido mucho
Durante un par días se la encontró en ese mismo lugar, la señora le contó que todavía esperaba a un novio, al que quiso mucho, pero que ella no quiso irse con él al país de origen de él, que había tomado esa decisión para obligarlo a quedarse allí, pero que un día, no supo más de él. Le dijo que se llamaba Dolores, que vivía sola con una sirvienta, que la vida se le había pasado metida entre cuatro paredes, sufriendo por lo que no pudo ser.
El 22 de Diciembre se despidieron...; mientras Dolores caminaba a paso lento, de regreso a su casa..., Melisa pensó que a veces, queriendo herir a otras personas, no realizamos que con el tiempo, esa acción puede rebotar y herirnos a nosotros mismos; haciéndonos víctimas de nuestros sentimientos, presos en una cárcel de cristal, en una situación sin solución.
La vio alejarse en la espesura de la noche, llevando consigo su tristeza, los amargos recuerdos y la esperanza muerta. Aquella pobre mujer no iba a tener una alegre navidad, sin embargo, con sus palabras había hecho que ella reaccionara y decidiera volver a la ciudad para estar con Gilberto, pasar una alegre Navidad y decirle que si se iría y se casaría con él.
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