Cuentan que fue una niña hermosa, de risa grande y llena de dulces a toda hora. Cuentan también que una tarde, después de haber llorado sin descanso ni paz, al ver que no podría jugar por primera vez en la plaza del pueblo, se afanó en esperar que la tormenta pasara. Iba reuniendo sus juguetes y ¡paff! Enmudecieron las cascadas improvisadas tras horas de golpeteo sobre el techo. Se deslizó como huracán hacia la ventana, y no podía creer lo que sus ojos veían! Una escalera multicolor que se explayaba a lo largo del cielo, y que de seguro la guiaría a mundos de sueños, como lo había escuchado de la boca de su padre todas las noche antes de dormir. Y si su padre lo decía, cierto debía ser.
Parte de esa estela de refulgentes colores se posaba sobre las aguas de una vieja y destartalada fuente. Lugar que desde siempre había estado en el pueblo, pero nadie reparaba en ella, mas que para rumorear y para servir de cama improvisada y salvadora de los borrachines. Cuando ella salió con su pequeña bolsa de viaje, nada encontró. Aún así, se dedicó a limpiar y cuidar la fuente para esperar con la mejor bienvenida al viejo camino que, confiaba plenamente, volvería para ofrecerle el sendero.
Se le vio muchas veces limpiarla; con un trapito perfumado abrillantaba el caballito de donde fluía las aguas sucias, y con una pequeña taza de plástico dorado, sacó con mucho esfuerzo y tras semanas enteras, agua maloliente; para al final, introducir agua con shampoo de manzanilla, líquido que, al no ser suficiente para la tarea emprendida y, viendo la vecindad trabajo tan admirable, se fue engrandeciendo al llevarle entre todos, pequeños recipientes con esencias de vainilla, caramelo, sándalo y mandarina. ¡Precioso había quedado el monumento!. La gente empezó a cuidarlo y admirarlo como tesoro invaluable de la comunidad. Era un privilegio sentarse en cómodas butacas frente a sus respectivas casas, y charlar, mientras los niños jugaban a su alrededor. Ver antes de dormir, el brillo del agua y los resplandores del cielo, iluminados ante aquel mágico espejo.
Pero la niña estaba cada día mas callada, y reía menos poco a poco, porque su ansiado camino colorido no llegaba. Se burló de sí misma: "qué perezosa eres, Consuelo. Cómo va a llegar el caminito, si las metiches moscas no dejan quieto al pobre pony". Y al fin decidió sacrificar sus dulces, colocándolos sobre la rama más accesible de un árbol lejano para que las moscas los devoraran y dejaran tranquilo a su amiguito. ¡Vaya que funcionó el plan! . De nuevo sus vecinos, sorprendidos, descubrieron que había algo mejor que los químicos que utilizaban para espantar a los insectos de la casa, y que si bien estos desaparecían, el remedio utilizado enfermaba a los niños. Cada uno de los pequeños, instruidos por sus padres, se acercaban a la misma rama, y dejaban gran parte de sus chocolates y golosinas.
Otro signo de paz llegó al pueblo; veían en Consuelo, a una niña inteligente y dotada de un "algo" especial por parte de Dios. Mientras tanto, a la infanta se le sombreaba la boca. Andaba como fantasma, cabizbaja, por las callejuelas.
Así pasaron algunos meses y... ¡tic! ¡tic! ¡tic! Comenzó a llover una mañana. Consuelito, mas alegre que nunca, empacando una bolsita con su cuento preferido, y su pijama de conejitos, se alistaba para partir, apenas acabara de llover. Al notar que ya los ruidos se apagaban, salió de su casa como un relámpago y al ver al cielo, sus lágrimas le depararon una nueva noticia: las reflejos del arco iris no se presentaron en la fuente, sino en un lago que, bien lo sabía por su padre, estaba bastante lejos de allí.
Las personas: niños, hombres, mujeres y ancianos, la miraban detenidamente, pues ya imaginaban desde hacía algún tiempo, lo que esperaba la chiquilla de risa ancha. Mientras escuchaba con encanto las risillas amables de ellos, por sus travesuras de niña, les regaló a su vez, sonrisas por un largo rato. Ella los miró a todos, posó su mirada como ratoncito sobre cada uno de ellos, les brindó su última risa franca y, en medio de todos, se dirigió a la fuente, tomó agua con sus manos, la besó y brevemente la devolvió. Mostró una mochila llena de dulces. Acomodó el botín en la rama de siempre. Siguió por el mismo camino, y nunca más apareció.
Por eso, cada vez que llueve en el pueblo, todos cuentan la historia de Consuelito, diciendo que cada vez que sale el arco iris, es debido a que ha embellecido a algún pueblo. También se dice, para que nadie llore por verla de un lado a otro buscando el sendero, que cuando deje de aparecer la famosa cadena cromática, es porque la tierra ya es hermosa en todos sus rincones, y por lo tanto, ella ya lo ha cruzado de un extremo al otro, con su cuento favorito, y su pijama de conejitos.
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