ParaÍso final
Luchando, cuerpo a cuerpo, nos queremos de veras y es fuego de mi carne la flor de tu mejilla. El beso en su volumen iguala a la semilla que brota verdemente con dos hojas primeras. En la concha del ámbar manan las primaveras un arroyo sereno de miel y manzanilla. Tiene la tierra plumas de mirlo y abubilla; pían en nuestro abrazo canarios y jilgueras. El nácar se disuelve en manantial de leche, en torrente de vino, de aceite y de resina: No hay nada como el lirio que tanto nos estreche. Hay en cueva de nata paladar de paloma y en jardines cerrados para el sol que declina paraísos abiertos del tacto y del aroma.
Antonio Carvajal
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