Bella
mini-cuento escrito por José Luis Avalle.
Era una mujer extremadamente bella, no había dudas. Si bien sabemos lo relativa que es la belleza, en cualquier época que hubiese vivido habría sido considerada una beldad extraordinaria. Sus ojos, su boca, su cabello, todo su cuerpo conservaba una perfecta armonía.
Desde su nacimiento fue un bebé hermoso, envidia de todas las madres. Muchas mujeres se decidieron a tener hijos, no porque los quisiesen, sino con la ilusión de que alguno podría ser tan bello como esa criatura.
A los 15 años era una flor, y a los 18 su belleza era un desafío. Al caminar por la calle, los únicos piropos que escuchaba provenían de mujeres. Los hombres, a su paso, quedaban boquiabiertos, extasiados, impedidos de articular palabra alguna. Balbuceantes, sólo la seguían con la mirada hasta que se perdía en la multitud, donde causaría nuevos estragos.
Novios no tuvo. Amantes, varios. Los elegía al azar, según su estado de ánimo, pues sabía que en realidad ningún hombre estaba a su altura. Nadie era lo suficientemente bello como para merecerla. La naturaleza había agotado la gracia de una generación en ella. Como amante era caprichosa, y con razón. ¡Quién podía negarse a sus deseos! ¡Quién se hubiese resistido a sus antojos! Sin embargo, hubo un magnate que, después de haber derrochado su fortuna en ella, quiso librarse de sus encantos. A bordo de su yate, en un rapto de comprensible locura pasional, extrajo un revólver y, decidido a eliminar a esa mujer insoportablemente bella, apuntó a su rostro. Ella sonrió. Eso bastó para que él dejara el arma. Ella la tomó y, después de darle un cálido beso en la frente, le disparó un tiro en dicho lugar.
El juicio tuvo gran resonancia. ¡Nunca se vio homicida más bella! Cuando se pedía en la sala que la acusada se pusiera de pie, una ovación coronaba el recinto. En realidad nadie quería condenarla, y si el juicio se extendió unos meses, fue sólo porque el juez, embelesado, deseaba tenerla día tras día en los tribunales. El único grupo que presionó para su condena fue el de los presos y guardacárceles que, lógicamente, veían la posibilidad de tener entre sus rejas a una mujer bella como jamás había sido vista. Pero eran minoría y ella fue absuelta, no sin antes prometer que en lo posible no volvería a matar.
A los 23 años su trascendencia era mundial. No hubo revista o diario en donde no apareciese su foto. Los concursos mundiales de belleza quedaron sin participantes. Nadie, en su sano juicio, veía la posibilidad de competir con ella. Los políticos trataban de explotar su imagen, pues cualquiera votaría por ella con tal de verla hablar por la red de T.V. Gobernantes del mundo entero la invitaban como huésped de honor a su país, pero, lamentablemente, en más de una ocasión alguna involuntaria superposición de fechas desencadenaba serios conflictos, aun entre países tradicionalmente amigos.
Merece destacarse la actitud del Papa, quien después de ver sus fotos pidió que jamás se la presentaran, tal su temor a sucumbir bajo su extraordinaria belleza.
A los 25 era sublime. Su hermosura estaba en el máximo esplendor.
Desarrollada, joven, vital. Sus facciones lograron alcanzar el tope de su potencial. Sus ojos tenían un color como nunca antes habían tenido. Su boca, sus labios, todo parecía estar en su apogeo. Su piel había alcanzado un grado superlativo de lozanía. Comparándola con un fruto, había alcanzado el punto ideal de madurez.
Fue por eso que, antes de cumplir los 26, un grupo de conspicuos hombres de ciencia le explicó de muy buen modo que una beldad así no podía ser exclusiva de una generación. Eso era egoísmo. Su belleza era tal que debía ser admirada sin límites espaciales ni temporales. Ella parecía no comprenderlo, pero para regocijo de generaciones subsiguientes, y a pesar de sus mohines, sonrisas, súplicas y ulteriores gritos de espanto, procedieron a embalsamarla.
BELLA