Hacia dónde va la Libertad?
Antonio Machado escribió que “no hay caminos, sino estelas en la mar…” Quien haya contemplado, en tardes quietas de verano, esos trazos indefinidos sobre las aguas del mar, sabrá que se van borrando poco a poco, como la luz del día. En esos atardeceres, hay un encanto de misterio en la superficie inanimada de las aguas. El mar se hace casi incoloro, como el cielo. La mente entorna los ojos, y el ensueño es como una gaviota que planea alta, buscando algo: “Yo voy soñando caminos…” Es una evocación lírica del gran misterio de la vida humana. “...¿A dónde el camino irá?” Quedaríamos subyugados.
Pero es menester abrir bien los ojos. Una pregunta grande, puede hacer grande a quien la formula. Con tal que no se detenga; es preciso seguir: la metáfora del camino es seria.
El ensueño lírico puede ser conciencia vaga del misterio, también puede ser conciencia explícita. Pero el misterio reta a la mente. Cierto que la melancolía está en el origen de las grandes preguntas que conmueven y propulsan al hombre. Pero sentarse a mirar pasar la melancolía torna la mirada boba, y llega a obturar los caminos.
Las “estelas en el mar” sugieren la libertad: una extensión sin rutas marcadas. Por otra parte, es obvio que todo camino lleva a alguna parte, o no es camino. Pero fijémonos bien: Uno de los mitos modernos menos justificados es la idea de libertad sin límites. Es un error filosófico decir que el hombre aspira a la libertad total y sin fronteras. Porque eso no existe.
Una “libertad total” sería algo indefinido, la pura indecisión. Y el indeciso es el menos libre de los hombres, porque no se atreve a ejercer en firme su voluntad. El hombre aspira, si acaso, a la liberación, no a la libertad indefinida. Pero aspirar a la liberación supone el penoso reconocimiento de servidumbre, y de la impotencia para darse a sí mismo lo que no se tiene.
¿Hace más libre al caminante la ausencia de camino? Tal vez, pero al precio de sus propios pasos, probablemente inútiles. Pensemos ahora, no en la estela difuminada, sino en el barco. El buen piloto se ata gustoso a la dirección que le marca su brújula. Si navegamos en una noche cerrada, sin polar, sin norte, sin luces en la costa, la “libertad” del navegar es “total”, pero es muy posible que estemos dando vueltas inútiles sobre nosotros mismos. Entonces no hay navegación: se va a la deriva.
La moral es también así. No está anticuada. Y es dudoso que le preste un servicio cualquier cambio de nombre.
La moral se funda en la libertad, por eso habla de ir a alguna parte. Pero también se funda en valores inmutables, y por eso habla de Dios. A decir verdad, nunca ha estado de moda. Tampoco nunca ha garantizado el éxito práctico de nuestros proyectos. Pero es un reto hermoso y grande, para corazones jóvenes y verdaderamente inconformistas.
Y hablando de corazones ninguno más idóneo que los vuestros, por su juventud,
Yo, un pueblerino del pirineo aragonés, os dejo mi pensar. Tratadme bien, soy más frágil que la dulce palomica.