Leyendas de mi tierra, un poco de mi ciudad y nuestros cantantes
Espero les agrade
GLL
LA LEYENDA DE LA FLOR DEL IRUPE
El irupé (victoria cruciana) es una planta acuática que se cria en las aguas profundas y tranquilas del Paraguay y de la Mesopotamia argentina. Sus hojas, que pueden llegar a medir hasta dos metros de diámetro, están dotadas de un reborde de unos seis centímetros que impide que el agua las penetre y puedan sostener grandes pesos, por lo que es común ver a las aves reposando en ellas y aún a pequeños mamíferos, especialmente en los períodos de inundación.
La parte superior de las hojas es de un verde brillante, mientras la inferior es rojiza y está surcada por una red de nervaduras. Las hojas están sostenidas por un largo peciolo que las une a un rizoma sumergido. Las flores son grandes y de pétalos blancos que poco a poco van tornándose rojizas con el correr de los días. El fruto recibe el nombre de maíz del agua y contiene numerosas semillas que pueden comerse tostadas. Según algunos autores, irupé significa plato sobre el agua; para otros, y esta es la etimología que reputamos más acertada, viene de pe (chato) , significando lo chato que trae el agua.
El Camalote
La leyenda dice así:
Erase una doncella bellísima que se enamoró de la luna. La cuitada languidecía con su amor sin esperanzas, mirando al astro de la noche esparcir su pálida luz desde la altura . Un día, llevada por la fuerza de su pasión, se determinó a buscar a su celestial amante. Subió a los árboles más altos e inútilmente tendía los brazos en busca de lo inalcanzable. A costa de grandes fatigas trepó a la montaña, y allí, en la cima estremecida por los vientos esperó el paso de la luna pero también fue en vano. Volvió al valle suspirosa y doliente, y caminó, caminó para ver si llegando a la línea del horizonte la podía alcanzar. Y sus pies sangraban sobre los ásperos caminos en la búsqueda de lo imposible. Sin embargo, una noche, al mirar en el fondo de un lago se vio reflejada en la profundidad y tan cerca de ella que creía poder tocarla con las manos. Sin pensar un momento se arrojó a las aguas y fue a la hondura para poder tenerla. Las aguas se cerraron sobre ella y allí quedó la infeliz para siempre con su sueño irrealizado. Entonces Tupá, compadecido, la transformó en irupé, cuyas hojas tienen la forma del disco lunar y que mira hacia lo alto en procura de su amado ideal.
(Ayala Gauna, Velmiro. La selva y su hombre, Rosario, Librería y Editorial Ruiz, 1944)
Fuente: Diccionario de Mitos y Leyendas - Equipo NAyA http://www.cuco.com.ar
Dicen que antes, en el Río Paraná, no existían los camalotes. Que la tierra era tierra, el agua, agua y las islas, islas. Pero todo esto era antes, cuando no habían llegado los españoles y en las orillas del río vivían los guaraníes.
Fue en 1526 cuando los hombres de Diego García remontaron lentamente primero el Mar Dulce y depués el Paraná, pardo e inquieto como un animal salvaje, a bordo de una carabela y un patache. El jefe llegaba como Gobernador del río de Solís, pero al llegar a la desembocadura del Carcarañá se encontró con que el cargo ya estaba ocupado por otro marino al servicio de España, Sebastián Gaboto. Durante días discutieron los comandantes en el fuerte Sancti Spiritu, mientras las tropas aprovechaban el entredicho para acostumbrar de nuevo el cuerpo a la tierra firme y recuperar algunas alegrías. Exploraron los alrededores y aprovecharon la hospitalidad guaraní. Así fue que una joven india se enamoró de un soldado de García. Durante el verano, mientras García y Gaboto abandonaron el fuerte rumbo al interior, ellos se amaron. Que uno no comprendiera el idioma del otro no fue un obstáculo, más bien contribuyó al amor, porque todo era risa y deseo. Nadaron juntos en el río, ella le enseñó la selva y él el bergantín anclado en la costa; él probó el abatí (maíz en guaraní), el chipá (pancitos elaborados con pancitos de mandioca), las calabazas; ella el amor diferente de un extranjero.
Mientras tanto, las relaciones entre los españoles y los guaraníes se iban desbarrancando. Los indios los habían provisto, los habían ayudado a descargar los barcos y habían trabajado para ellos en la fragua, todo a cambio de hachas de hierro y algunas otras piezas. Pero los blancos no demostraron saber cumplir los pactos, y humillaron con malos tratos a quienes los habían ayudado a sobrevivir. Hasta que los indios se cansaron de tener huéspedes tan soberbios y una noche incendiaron el fuerte. Los pocos españoles que sobrevivieron se refugiaron en los barcos, donde esperarían el regreso de Gaboto y García.
Después del incendio, el amor entre el soldado y la india se volvió más difícil, más escondido y más triste. Todos los días, en sus citas secretas, ella intentaba retenerlo con sus caricias y sus regalos y, sin embargo, no conseguía más que pulir su recelo.
Hasta que llegaron los jefes, se encontraron con la tierra arrasada y decidieron volver a España por donde habían venido.
Las semanas de los preparativos fueron muy tristes para la muchacha guaraní, que andaba todo el día por la orilla, medio oculta entre los sauces, esperando ver a su amante aunque sea un momento. Y, como no hubo despedida, la partida en cierto modo la tomó de sorpresa. Una mañana apenas nublada, cuando llegó hasta el río, vio que los barcos se alejaban. Los miró enfilar hacia el canal profundo y luego navegar, siempre hacia abajo, con sus mástiles enhiestos y sus estandartes al viento. Después de un rato eran ya tan chiquitos que parecía imposible que se llevaran tanto... Y, enseguida, el primer recodo se los tragó.
Durante días y días la india lloró sola el abandono: hubiera querido tener una canoa, las alas de una garza, cualquier medio que le permitiera alejarse por el agua, más allá de los verdes bañados de enfrente, llegar allí donde le habían contado que el Paraná se hace tan ancho y tan profundo, para seguir la estela de los barcos y acompañar al culpable de su pena.
Todos sus pensamientos los escuharon los porás (espíritus invisibles vinculados con los animales y las plantas, que pululaban por los ríos y los montes) de la costa, que se los contaron a Tupá (dios de las aguas, lluvia y granizo) y su esposa, dioses del agua. Y una tarde ellos cumplieron su deseo y la convirtieron en camalote. Por fin se alejaba de la orilla, por fin flotaba en el agua fresca y oscura río abajo, como una verde balsa gigantesca, arrastrando consigo troncos, plantas y animales, dando albergue a todos los expulsados de la costa, los eternos viajeros del río.
(Ayala Gauna, Velmiro. La selva y su hombre, Rosario, Librería y Editorial Ruiz, 1944)
Fuente: Diccionario de Mitos y Leyendas - Equipo NAyA http://www.cuco.com.ar
GRACIELALL, TU FLOR EN ESPAÑA SE DENOMINA NENUFAR ¿SERA LA MISMA?
El nenúfar: una flor que flota
Los estanques son una opción muy adecuada y decorativa si disponemos de un jardín grande. Pero, una vez construido éste, llega la duda acerca de qué vegetales crecerán en sus aguas. A pesar de que existen varios tipos de plantas acuáticas, los nenúfares son casi siempre una elección segura, que, además, de aportar colorido y vistosidad, harán que nuestra nuevo elemento decorativo sea un lugar ideal para colocar los peces adecuados.
Provienen de África y parte de Asia, donde cubren de forma espontánea charcas y lagos naturales donde no hay corriente, con aguas prácticamente estancadas. A pesar de ello, podemos plantarlos sin problemas en nuestro pequeña laguna y, tal vez, nos evocarán las imágenes de los cuentos infantiles que contaban historias de príncipes convertidos en ranas, que saltaban de hoja en hoja de estos peculiares vegetales.
Una acuática para todos los climas Los nenúfares son un tipo de planta acuática perteneciente a la variedad de hojas flotantes, como también lo son sus ‘compañeros’, los lotos. Esta planta posee dos tipos de hojas, bastante diferentes; primero germinan bajo el agua las de dimensiones más grandes, cuando la planta empieza a desarrollarse y, cuando ya ha crecido, surgen hojas largas que son las que flotarán en el agua.
Los nenúfares, aunque en general crecen mejor en aguas cálidas, los encontramos en todo tipo de climas, y según éstos, se pueden dividir en dos tipos:
Los que crecen en climas templados o fríos son los llamados nenúfares perennes. Se plantan a una profundidad de medio metro aproximadamente y su floración comienza en los primeros meses de otoño.
Los nenúfares que se desarrollan en climas tropicales los encontramos tanto de floración nocturna como diurna. Ambos conviene plantarlos a una profundidad menor que los perennes. Además, sus flores aparecen un poco después que las de los perennes. Durante el invierno pierden sus hojas.
Cuidados para una planta delicada Los nenúfares requieren más atención y cuidado en su tratamiento que cualquier otra planta acuática, y es conveniente seguir unas instrucciones básicas si queremos que forme parte durante mucho tiempo de nuestra charca.
Se plantan en macetas con pequeños agujeritos por toda la superficie. Las raíces se colocan con mucho cuidado dentro de la tierra, que se habrá enriquecido previamente con fertilizantes. Cuando introduzcamos los recipientes en el agua, hemos de tener cuidado de que la tierra no caiga en el estanque, ya que no conviene que el agua se ensucie mucho.
Es importante ubicarlos en un lugar con mucha iluminación, un requisito imprescindible para su correcto crecimiento. Conviene cambiar de vez en cuando el sustrato, ya que su amplia necesidad de nutrientes lo exige. Además, en invierno, cortaremos las hojas que se van estropeando.
Lo más importante es no olvidar la fragilidad de sus raíces. Las manejaremos con meticulosidad tanto en la plantación, como en el trasplante, operación en la que, muy a menudo, la compleja red que es la base de la planta, sufre daños irreparables produciendo la muerte del vegetal.
Esta acuática, aunque requiere ciertas atenciones, puede ser un elemento ornamental original para nuestro jardín. Con un estanque cuidado, dará a nuestro entorno un aspecto exótico que podemos completar con otros vegetales que también tengan el agua como su elemento vital.