Tú conoces mis
ojos
¿Dónde estabas? Nunca dejé de
extrañarte. Te fuiste desde que llegué y recién ahora apareciste. Pasé tanto
tiempo aquí, ¿por qué me dejaste?
Bastó ver tu mirada para saber que no
tenía que preguntarte donde habías estado todo este tiempo. Me dijiste que al
final todo había servido y que siempre estuvimos juntos.
Ahora no hay con
quien ser egoísta, me sujetas en tus ojos y nunca me sueltas, te doy la mano y
lloro contigo. Por primera vez mi visión no es un monólogo, tu mirada vuelve
hacia mi sabiéndolo. Te apoyas en mi pecho y mi corazón te lo cuenta; no se
lo que te dice pero si se lo que siento cuando tomas mi mano.
Siempre
seremos quienes somos y esto será lo que nos llene.
Veo lo grande en ti y
tú en mí, las rarezas propias no arruinan lo que nos une. Reímos con las
palabras pero estamos unidos sin ellas.
¿Qué era ser impaciente?, ¿qué
era ofenderse?, ¿qué era merecer?, ¿qué era deber? Ya no existe la cuenta
regresiva ni los meses cumplidos, nada tiene que llegar, lo valioso está. Tú
frenaste la tormenta porque viste la primavera que venía detrás de ella,
llegaste para que creemos esta gran admiración mutua que no es aquella que se
encuentra en los espejos.
Llegamos sin freno, sin la autopregunta, el ego
se desvaneció por completo, el instante sagrado nos dijo que no había nada que
guardar.
Me tomas y me sueltas sin ti, reconoces el crecimiento
único.
Me das todo lo que ya había resignado, me haces vivir eso que
hasta ahora era el cuentito irónico de una realidad que con estúpido orgullo y
con la frente en alto había demostrado atravesarla con la dureza que esta
implicaba y que muchos todavía desconocían.
La sensación está drenando y
la interrupción sabionda dejó de molestar porque tú estás aquí y yo
acompañándote; este es el no cuestionamiento, el no juzgar y el fluir de las
heridas que nuestras almas resistieron hasta que con nuestras miradas conocimos
la sanación.
No necesitamos frases gastadas, no es preciso haber
atravesado caminos similares, lo único que bastó fue el entrecruce de miradas
que hablaran el mismo idioma. Las expectativas dejan de serlo ahora y la piel no
se reclama ni se mezquina.
En la luz que desplegamos está nuestro
agradecimiento, no precisamos palabras que confirmen lo que nuestra sensibilidad
y percepción intuyen con la sabiduría atemporal del corazón.
Sabes que
más grande de lo que pueda llegar a decir es la energía que siente mi cuerpo al
moverse cuando mantiene constantemente tu aroma, tus ojos, tu piel, tu sonrisa y
tu alegría que siente lo mismo.
No hay futuro que distraiga esto porque
no hay tiempo ni egoísmo, lo único que hay es atracción espontánea que acepta el
regalo de vivir y que aquieta la irritante deliberación de la demencia
mental.
Te tengo, te pierdo y sigo extrañándote.
Ignacio
Asención
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